«EL TRABAJO»


Hoy es un buen día para desear “(…) que a nadie le falte el trabajo y que todos sean justamente remunerados y puedan gozar de la dignidad del trabajo y la belleza del descanso”. Así se expresaba hace cuatro años el Papa Francisco. Y en esa polaridad complementaria nos hemos de situar, no solo como deseo, sino como compromiso: entre la dignidad del trabajo y la belleza del descanso. En ese sentido narró una anécdota personal: “Una vez, en una Cáritas, a un hombre que no tenía trabajo e iba a buscar algo para su familia, un empleado de Cáritas le dijo: ‘Por lo menos puede llevar el pan a su casa’ - ‘Pero a mí no me basta con esto, no es suficiente’, fue su respuesta: ‘Quiero ganarme el pan para llevarlo a casa’. Le faltaba la dignidad, la dignidad de “hacer” el pan él mismo, con su trabajo, y llevarlo a casa. La dignidad del trabajo, tan pisoteada por desgracia”. La dignidad humana nos exige que a nadie le falte un trabajo.

Por otro lado, el trabajo debe ser tal que el descanso sea bello. Ya recordaba Dostoievski que “(…) puedo vivir sin pan, pero no puedo vivir sin belleza”. Tanta dignidad se exige al trabajo como se demanda del descanso. El descanso no es solo el final del esfuerzo, sino el inicio de toda forma de creatividad y excelencia. Un adecuado descanso, capaz de hacer vivible la sociedad, es condición de posibilidad de un trabajo dignificante. Cuando una empresa o entidad no es un ámbito de relaciones, sino un mero espacio de producción, el espíritu que rige es de mero nivel físico “señor-esclavo”. Ese es el nivel de una máquina, que responde a las exigencias del conductor. La dignidad del trabajo exige ámbitos de colaboración. Y es ahí donde se genera la base de una sociedad de personas libres y creativas.

En el relato del Génesis se describe el trabajo divino bajo la simbología de paralelos: Hizo Dios, y vio Dios que era bueno aquello que hizo. La dualidad de acción y contemplación; de bien y belleza. Es la escuela de la dignidad revelada. Trabajo digno y descanso hermoso.

La diferencia entre un trabajo de esclavos y un trabajo digno está en la generación de un espacio de relación de creatividad que haga posible que surja todo lo que habita en el interior de la persona. La colaboración no es solo la exigencia de una mejor y mayor capacidad productiva, sino la verdad de cualquier trabajo humano. Es lo inevitable, pues nadie deja de usar productos modificados por otros y nadie hace solo para sí. Los otros habitan siempre cualquier trabajo personal. La colaboración es una dimensión de todo trabajo. Detrás de tu alicate y tu hoja de papel, hay un ejército de personas que lo han puesto en tus manos. Detrás de todo, al final, está la mano del Creador. Esta toma de conciencia es básica para lograr encontrar la fuente de la dignidad de cualquier trabajo humano.

Soy hijo de un albañil. Y recuerdo aquel consejo recibido en la infancia de mi director espiritual que buscaba motivarnos al estudio y la dedicación: “No te permitas trabajar menos que tu padre en esta etapa de estudios”. Dejarme acompañar por este consejo me ha servido para el resto de la vida. A este consejo se ha unido, muchas veces, el que san Pablo le decía a la comunidad de Tesalónica: “Porque oímos que algunos de entre vosotros andan desordenadamente, no trabajando en nada, sino entremetiéndose en lo ajeno. A los tales mandamos y exhortamos por nuestro Señor Jesucristo, que trabajando sosegadamente, y coman su propio pan”. Entre el trabajo digno y la belleza del descanso anda el juego de lo humano.

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