LA EDAD DE HACER MANITAS


Queridos amigos:

Una de las experiencias que narran los enamorados como de las más intensas y agradables es la que conocemos con el nombre de “hacer manitas”. El roce, la caricia acariciada por otra caricia querida. Cogerle la mano, ir de la mano, son experiencias integrantes de la relación interpersonal entre quienes se quieren, entre quienes comienzan esa maravillosa experiencia de descubrimiento y acogida, de conocimiento y autoconocimiento que produce reconocer a otro como digno de amor incondicional y como sujeto de un amor que nos alcanza de forma total. Y en ese marco de referencia en el que lo humano se trasciende a sí mismo, el juego de las manos es muy significante. Hacer manitas es mucho más que darle la mano a alguien. Es una experiencia sublime, es una sublime experiencia.

Pero ¿cuál es la edad de hacer manitas?

Si fuera yo lector y no escribiente de esta misiva, seguro que respondería a esta pregunta con una idea temporal marcada por la adolescencia o la primera juventud. Los primeros momentos en los que toca a la puerta de nuestra vida la experiencia del amor. O, dicho de forma menos elegante: esas son cosas de chiquillos.

Pues no. No lo es en absoluto. Y estos días he tenido la suerte de ser testigo del “hacer manitas” de una pareja de 71 y 68 años en una situación poco semejante a un parque idílico de amor tierno de juventud, sino a la crucificada visita del dolor y la incertidumbre. Y es, maravillosa sorpresa, también, en esta ocasión, tiempo de hacer manitas.

Con afecto, y como siempre, un amigo.

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