«CELEBRAR LA VIDA CADA DÍA»


Todas las personas celebramos una vez al año el día de nuestro nacimiento contando numéricamente su ritmo desde aquel día preciso en que comenzamos a respirar por nosotros mimos. Y se nos felicita porque tenemos un año más. Los más generosos nos desean que cumplamos muchos más, aunque vamos comprendiendo que los que van quedando son menos de los habidos. Pero se agradece el buen deseo. Un año tiene, ordinariamente según nuestro actual cómputo, 365 días. Solo en uno de ellos nos desean felicitación por poderlo contar. Pero la dicha está en celebrar la vida cada día del año. 

Un día es un regalo. Un rato es ya un regalo. Sentir que existimos y descubrir su sentido es la dicha más grande. No pedimos nacer ni elegimos dónde. Por eso la vida solo se entiende como don. Nos han dado la vida y nos sentimos, por ello, regalados. Un días es un verdadero regalo. En lo concreto de su realidad, con la minúscula perspectiva de su relevancia mínima, encadenada a la historia de todos y como un eslabón de una cadena que cuelga de una amor infinito. Un regalo que, por más que busquemos causa, solo adquiere sentido aceptándolo como lo que es: un don inmerecido. 

¿Y si le deseamos a la persona en cuestión 365 días de felicidad ese día? Claro que para desearlo bien habría que saber escribir sin error lo que supone o significa un día feliz. Son de esas experiencias que, aunque no sepamos definir, sabemos lo que supone. Nuestras diferencias y peculiaridades desaparecen cuando concluimos alcanzando la certeza de que todos deseamos ser feliz. En eso no hay variedad. Todos queremos eso. Y cuando nos lo desean, lo agradecemos. No nos explican lo que nos desean, pero lo entendemos porque lo anhela nuestro corazón. Aunque hay días -este es uno de ellos- en que uno desea ponerle contenido a la expresión día feliz. 

Personalmente me llama la atendió que existe -sí que existe, no es broma- un Índice Mundial de Felicidad que se basa en el análisis de una serie de factores que se consideran importantes para la felicidad de las personas, como el PIB per cápita, la esperanza de vida, el apoyo social, la libertad para tomar decisiones, la generosidad y la corrupción. Ciertamente que son factores que afectan a la vida social y personal. Pero sigo sintiendo que tener esas realidades externas garantizadas y en un nivel alto no supone, a la postre, el bienestar integral, físico, psicológico y espiritual de las personas. Esa situación que se dibuja como el sentirnos como pez en el agua en nuestra realidad humana concreta. Porque las sociedades se conforman por personas y, desde luego, aunque haya factores sociales de importancia, una sociedad será feliz si las personas que la conforman son felices. 

No existe la felicidad ideal e idealizada de aquellos que comen perdices el día de su boda. Porque, colorín colorado, los cuentos no son reales en el mismo sentido que nosotros lo somos. La realidad es concreta, No existe felicidad al margen de la felicidad concreta que yo anhelo y experiemento. Es aque tiene que ver con lo que de sí dan las cosas para mí y la manera que tiene mi mismidas de asumirlas en lo que soy. 

Los deseos serán buenos si junto a ellos -donde ponemos mente y corazón- van a la par nuestras manos haciendo posible una realidad concreta que genere dicha y bien para los demás. Hay formas concretas de construir la felicidad ajena.

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