«170 CRISTIANOS ASESINADOS EN NIGERIA»


Estaba delante del Belén de la parroquia de Santo Domingo intentando contemplar la Navidad diseñada con ante y cargada de tradición en el esfuerzo hecho por la Orden del Santo Sepulcro, con carácter solidario pensando en los cristianos de Palestina. ¡Qué fea es toda guerra! Pero para algunos la guerra es terrible si te disparan todos los contendientes. Los israelíes por ser palestino, y los de Hamas por ser cristiano. La que debería ser la tierra de la paz es un suelo ensangrentado. Tierra martirial. 

Solo la noche de Navidad, en Nigeria, 170 cristianos que iban a celebrar la misa del gallo fueron asesinado por el fanatismo religioso islamista. Alargada es la alfombra del suelo martirial. Ir a celebrar el nacimiento del Príncipe de La Paz y caer atravesado por el odio del fanatismo religioso. ¿Qué nos está pasando? ¿Qué divinidad se revela para que se rompan los puentes entre las personas y se construyan muros de división y recelo? Y, mirando al niño de mi Belén, me surgió decirle: “No nos hemos enterado; debiste hablar más alto”. 

Y pensaba si en algún momento sufriríamos nosotros actitudes violentas similares. Y daba por supuesto que nadie está vacunado contra el posible sufrimiento de la irracionalidad sea esta religiosa, económica o política. Por eso nos viene bien recordar que al Niño del Belén le llamamos el Verbo hecho Carne: la razón encarnada, la Palabra humanada. Nada es tan alejado del misterio de Dios como la irracionalidad. Venga de dónde venga. Y no nos estaría mal mantener vivo el espíritu crítico y revisar de vez en cuando cómo están nuestros posibles fanatismos. 

Llama la atención que los medios de comunicación le den una importancia distinta a los muertos de Gaza y a las ametralladas comunidades cristianas de Nigeria. Toda muerte violenta, como estas, donde sean que se produzcan, afean nuestra condición humana. Y mucho más feo es cuando los gatillos los presionan personas creyentes. Porque además de la inhumanidad añaden al crimen una pseudo culpabilidad divina. Y esa es la mayor de las mentiras. 

Menos mal que en mi rato ante el Belén entró en escena el rey Baltasar que, abriendo su cofre, dejó derramar el olor de la mirra en el ambiente ensangrentado de mi imaginación. El destello de los regalos que ofrecían todos me atrapó, pero el cofre de la mirra me pareció entonces especial. Tal vez porque habla de la muerte y del embalsamamiento, en el que se usaba entonces ese producto concreto. Dignificación de la muerte que ha de ser tratada como una parte de la vida, pero no como consecuancia de la violencia. 

La mirra son lágrimas culturales. Una manera de acariciar lo inevitable dándole olor de dignidad. ¡Qué distante está esto de embalsamar el cuerpo del otro con la crema del odio fanatizado o de la venganza desmedida! 

Un rato delante del Belén da para mucho. 

Comentarios

  1. Qué preciosidad!! Gracias!! Construye pq es verdadero!!

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