«DON JOSÉ GONZÁLEZ LUIS»


Este lunes murió Pepe, con ochenta y un año, con la radical herida del Alzheimer que convierte en sombra todo brillo intelectual. Un lector irreprimible que, le hablaras de lo que le hablaras, ya él lo había leído. Un hombre sencillo e impresionante. Profesor Titular de Filología Clásica en la Universidad de La Laguna y Profesor invitado del Instituto de Teología de las Islas Canarias, donde enseñaba Libros Proféticos. Pudiendo fardar y presumir de tantas cosas, supo vivir con la humildad del servidor de la verdad que camina despacio para no levantar polvo que moleste a los ojos de los demás. Un ilustrísimo señor que sabía felicitar a quienes hacían o decían algo interesante. Ha muerto alguien que sabía escuchar. 

Conocedor, como nadie, de José de Anchieta, nuestro ilustre lagunero, misionero en Brasil y santo canario. Bibliotecario del Cabildo Catedral de La Laguna, que sabía ver en un libro el alma, no solo su materialidad. No he conocido aún a otra persona que haya aprendido tantos idiomas solo para leer en ellos. Esa era su obsesiva virtud lectora. No he conocido tampoco a un compañero con una generosidad intelectual tan grande. No quería que pasara esta ocasión sin dejar escrito, negro sobre blanco, la ausencia que la enfermedad del olvido ha dejado hace años y que ahora es aliviada por la entrada de Pepe en la dimensión de la memoria, donde todo se sabe y nada se olvida. 

Ha muerto un sacerdote sencillo. Un hombre que descubrió la belleza del amor de Dios y entregó su vida a ello. El dicho africano que nos anuncia que la muerte de un anciano es como cuando se quema una biblioteca, en este caso se hace especialmente evidente. No he conocido una biblioteca personal tan bien escogida y tan profundamente leída. Espero que no se queme, ni se pierda, y que podamos acceder a ella de alguna manera. Si extraordinario es el fondo bibliográfico de don José, más lo es su fondo espiritual. El alma de un lector huele a papel y tinta encuadernado. Así debía oler la de don José. 

En estos momentos uno se arrepiento de aquellas ocasiones en las que, asumiendo la típica actitud de los alumnos que buscan el fácil argumento para reírse del profesor, dejamos de atender en las clases de don José. Dios nos ofreció otros momentos en los que reconocer la valía del viejo maestro que era incapaz de decirnos todo lo que sabía. El arrepentimiento que educa y promueve la debida madurez que nos ofrece un espacio para aprovechar a tantos hombres y mujeres sabios que pasan a nuestro lado. Parece que es cierto aquello de que solo se valora la salud cuando se pierde. Solo se valora al maestro cuando hemos acabado los estudios o cuando ya no podemos intercambiar una idea con él. 

Ha muerto un maestro, un sabio, un hombre bueno, un sacerdote de la diócesis de Tenerife, un profesor universitario, un canónigo de la Catedral, un hombre sencillo que supo tener la desapercibida actitud del que hace de su vida un camino, que se anda y que se olvida. Dios le premie con la luz eterna de la verdad divina y le permita leer ahora todo y del todo. 

Descanse en Paz don José.

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