Sobras de Drago: «AMAR ES ENTREGAR LA VIDA, O SEA, QUE AMAR DUELE»

Mi madre me enseñó una foto de una tienda de delicadeces gastronómicas en Madrid con una cesta de "papas bonitas" negras al precio de 19'00 € el kilo con un cartel meme que decía "qué bueno vivir aquí". Ciertamente, el precio es increíble. Y, ciertamente, qué suerte vivir aquí, donde los puntos cardinales se simplifican en un "para arriba" y "para abajo" teniendo el Teide o el mar como referencias permanentes y universales. El norte o el sur pueden resumirse en un "para arriba" dependiendo dónde estemos. ¡Qué suerte vivir aquí!

Pénsandolo bien, qué suerte es vivir. Solo vivir es una dicha inesperada y no buscada. Nos descubrimos en una vida recibida que nadie ha buscado. Y lo espontáneo es agradecerlo, aunque alguno haya tenido la locura de denunciar a sus padres por haberlo engendrado sin que él lo hubiera pedido. El la estupidez del mes. Es suponer que la libertad precede a la vida. Es olvidar el orden lógico de los derechos humanos. Pero debe ser verdad que "hay gente para todo". Yo, al menos, agradezco poder experimentar la vida como un don recibido. Luego vendrá el aquí o allá de su desarrollo concreto, pero qué suerte vivir.

Toda vida es un don. Toda persona merece vivir su vida. Y todos deberíamos sentirnos implicado en favorecer que todos puedan vivir su vida de manera íntegra y digna. Poder ayudar un poco para que nadie tenga la desgracia de vivir una vida indigna de ser vivida por carencias o exclusiones ni inherentes a su condición. Qué bueno vivir dignamente. Qué necesidad hay de reconocerlo y promoverlo desde donde cada uno esté o pueda estar.

Pero la vida es la vida. Es la realidad. No es un sueño de aspiraciones alusinógenas, sino que es la experiencia personal de contacto con la realidad. Y a todos la vida nos duele cuando se vive en serio. Duele crecer y responder a las exigencias naturales del vivir. Duele elegir y poner en juego nuestra libertad. Duele optar y dejar otras posibilidades como secundarias o excluidas de nuestra historia. Duele ser fiel a la palabra dada. Duele mirar la agenda de nuestros compromisos y de nuestras elecciones. Duele la vulnerabilidad de una naturaleza que se enferma y se debilita con los años. A veces duele el alma por la experiencia de soledad y olvida de aquellos a los que amamos. Pero duele porque se está vivo.

San Agustín decía que "quien no ama no sufre, pero si no amas, ¿para qué quieres vivir?".

Si te vienes preguntando hacia dónde va este artículo y este itinerario literario que va desde las papas al sufrimiento, quisiera que, al menos por un momento, tomaras conciencia de que estás vivo y pensaras en cuántas personas te han amado y te aman, y cuánto sufrimiento han experimentado por ti. Cada uno es el resultado de centenares de dolores ajenos que nos han dado la posibilidad de encontrarnos ante la realidad y poder amar.

Por ello, aunque solo fuera por reconciliarnos con la realidad, bienvenida sea la próxima Semana Santa, en la que se recuerda que alguien nos amó hasta el extremo de entregar la vida del todo y por todos abriéndonos las puertas de lo infinito. Amar es entregar la vida, o sea, que amar nos duele. Pero es un dolor que salva lo humano.

El paraíso pedido en el que no exista muerte ni sufrimiento, ese paraíso no está en esta historia. Y cuando Dios asumió la historia, la asumió hasta el dolor. Y no nos viene mal agradecer esta vida infinita testigo de un amor infinito.



Juan Pedro Rivero González @juanpedrorivero

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