«SOMBRAS DE DRAGO»: UN TRABAJO A LA ALTURA DE LA DIGNIDAD DE LA PERSONA

Tener o no tener trabajo lo cambia todo. La persona necesita trabajar no sólo para obtener un beneficio económico, que es una de sus finalidades principales, sino para desarrollar su condición de homo faber, constructor y actor de la realidad. Esta dimensión antropológica del trabajo humano está poco valorada. Como si un escritor escribiera tan solo para alcanzar ese 9 % de rendimiento económico que la venta de sus libros le proporcionan. Escribe porque tiene algo que contar y porque lo lleva en vena. No puede no hacerlo, aunque solo lo lea ese amigo incondicional que, por el mismo hilo de nuestro argumento, lo leerá aunque no tenga que evaluarse de su contenido, porque leer es una actividad humana que responde a nuestra necesidad de conocer y a nuestra estructura curiosa de la realidad. Es un privilegio que una persona trabaje, y además le paguen, realizando aquella labor que le llena y desarrolla como ser humano. Así se lo escuchaba a mi hermana cuando comenzaba las primeras sustituciones como médico en un centro de salud.

La dignidad es una nota inherente a la persona. Es la persona la que es digna. Los trabajos tienen la dignidad que la persona que lo realiza tiene. Por ello, todo trabajo es digno en teoría. Pero, y aquí está el problema, no toda forma de organizar el trabajo, no todo contrato laboral, no todo salario, responde a la verdad y dignidad de la persona que lo realiza. Hay trabajos que desdicen de la dignidad del ser humano. Incluso pueden ser legalmente organizados y no responder a la dignidad del trabajador.

En este sentido, como en los estatutos de los centros universos de estudio, los alumnos tienen derechos y tienen deberes. Los profesores tienen derechos y tienen deberes. No tienen derecho a aprobar; tienen derecho a un buen docente y a una justa calificación. Tienen el deber de estudiar y colaborar en el estudio de los demás. Los derechos comienzan tras la frontera que crea el cumplimiento de las deberes personales.

Una persona tiene derecho al trabajo. Deberá trabajar con responsabilidad, diligencia y dedicación, pero deberá poder trabajar en aquellas condiciones que respondan a su dignidad de persona humana. Deberá recibir un salario que sostenga una vida personal y familiar digna. Todo esto lo intentan garantizar las leyes. Aunque no estaría reflexionar sobre el nivel de logró de las mismas. No vaya a ser que suceda como en las políticas familiares, que lamentamos el envejecimiento de la sociedad, pero solo hacemos viviendas de dos habitaciones. ¿Cabrían más ligeras en 60 m2?

Me parece muy interesante que Cáritas diocesana de Tenerife, como una de las instituciones sociales que colaboran en el proyecto financiado por el Canildo Insular "Barrios por el empleo", no se contente en conseguir un trabajo a una persona en paro de larga duración, sino que realice un seguimiento para garantizar que el mismo responda a la dignidad de la persona que tiene derecho al trabajo. No sólo consiga un trabajo, sino que acompañe a la persona para que realice el mismo con competencia y responsabilidad. Es un verdadero itinerario educativo.

Vivir sin trabajar es una forma indigna de vivir. No sólo porque buscaremos formas, a veces tóxicas, de salir del aburrimiento, sino porque el ser humano está soñado para la actividad creativa y transformadora. Solo el ser humano es capaz de convertir la tierra en mundo como efecto de su trabajo creativo; de humanizar la realidad.

Tener o no tener trabajo lo cambia todo.

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