SOMBRAS DE DRAGO: «LA PRUDENCIA Y EL CORAJE» (Enero 2019 I)

Por delante tenemos unos meses llenos de posibilidades; siempre es así, pero los años electorales lo son de manera especial. Las cosas pueden cambiar y pueden hacerlo para bien o para mal; o dependiendo de los objetivos personales, pueden mejorar o empeorar. Los cambios no son malos por ser cambios, ni son buenos por ser cambios. Hay elementos que tocan a la dignidad de persona y que, por ello, justifican este juicio. Pero lo peor que nos puede ocurrir es ser indiferentes a la realidad social en la que vivimos. Como si lo de «ande yo caliente, ríase la gente» fuese un paradigma de comportamiento adecuado. Como si los de «cada uno en su casa y Dios en la de todos» fuese un comportamiento ético adecuado. Pues no lo es.

La indiferencia se ha convertido en el traje de salir de casa políticamente bien vestidos, oportuno para no problematizar las relaciones. No son pocos los que identifican la globalización de la indiferencia como el mal del siglo XXI. De esa epidemia hemos de salir vacunándonos con dosis adecuadas de prudencia y de coraje. No nos puede resbalar que las cosas no mejoren y quedarnos sentados para que otros las arreglen. Eso no es prudencia de la buena.

La prudencia es otra cosa: «La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. Es, por tanto, una virtud proactiva, que nos lleva a la acción. La prudencia es la “regla recta de la acción”. No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación. O sea, tiene que ver poco con la indiferencia social. Es llamada auriga virtutum –la virtud que guía-, que conduce las otras virtudes indicándoles regla y medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de la conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar».

Por tanto, para superar la indiferencia, una buena dosis de prudencia. Pero también, y en su justa medida, una buena cantidad de coraje. En su primera acepción nos indica el diccionario que el coraje es «el valor, la decisión y el apasionamiento con se acomete una acción, especialmente con el que se acomete o se afronta un peligro o una dificultad». Como se percibe, volvemos a descubrir que se trata de una disposición proactiva, que nos invita a la acción. Sentados y a la espera no cambia nada. Prudencia y coraje son buenas vacunas para el 2019.

La sociedad es el conjunto de relaciones que acontecen entre personas de un determinado espacio geográfico. La sociedad se organiza para alcanzar su bien común. En este sentido, el estado es la forma externa que la sociedad se da para alcanzar su fin común. El estado está al servicio de la sociedad, y no a la inversa. Antes que ciudadanos somos personas y, somos ciudadanos en la medida de nuestra condición de personas. Esta idea de fondo nos sitúa a cada uno en una posición de responsabilidad del conjunto de las personas de una sociedad. No somos piezas aisladas de un conjunto, sino miembros activos de un organismo plural que busca el bien de todo el cuerpo social.

Esto que es tan sencillo de entender, se convierte en una tarea ardua cuando nos encontramos revestidos de la indiferencia enfermiza de la que con frecuencia hacemos gala. La podemos disimular calificándola de respeto a la libertad del otro, pero en el fondo es pura y cruda indiferencia del otro. Y de esta manera, envenenados y envenenadores, acabamos dejando en manos de los servicios del estado que soluciones los problemas cargando con las consecuencias de su ideológica postura.

No nos vendría mal ponernos en pie, activar nuestro compromiso social, superar la parálisis del indiferentismo y, con prudencia y con coraje, comenzar por descubrir el color del sentido común y decorar nuestro entorno de manera comprometida.

Si tú no estás, no estamos todos…

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