«SOMBRAS DE DRAGO»: SORPRENDETE SILENCIO MEDIÁTICO (Diciembre 2018 I)

Comencé a escribir este artículo de opinión el 10 de diciembre, a las 8:30 h de la mañana. Google, que está pendiente a cualquier campaña o día internacional, no reflejaba nada en su logotipo inicial. ¿Qué por qué me llamó la atención? Porque ese día se cumplían nada más y nada menos que 70 años de la Declaración universal de los Derechos Humanos. Realmente me llevé una tremenda decepción. ¿Cómo puede pasar desapercibido para el gigante mediático este acontecimiento histórico? La posible renegociación del Brexit, el ayuno de Torra y la vía eslovena, la victoria de River sobre Boca en la Copa Libertadores… son las noticias que copan las portadas. Bueno, no todos los medios; RTVE puso un juego en su web –“frente al espejo”- para que demostremos cuánto desconocemos de los derechos humanos en vía negativa: «Así se incumplen en todo el mundo». Algo es algo.

Pero no quiero abordar este acontecimiento desde la decepción. La semilla que se comenzó a brotar en 1948, es suficientemente importante para que no le robe el protagonismo el vacío mediático, si sigue habiendo quien siente que aquella Declaración es la muestra de la más significativa estatura moral alcanzada por la sociedad civil, en su conjunto, hasta ahora.

Decidí que, al menos este artículo, iba a hacer un homenaje personal al acontecimiento. Y, a falta de referentes en la prensa, buscaría ayuda donde la suelo encontrar en muchos momentos de mi vida. Y decidí compartir con ustedes, pacientes lectores, tres textos que enmarcaran este 70 aniversario. 

El primero es el número 9 de la carta de Juan XXIII Pacem in Terris, que fue un verdadero aplauso universal a la identidad profunda de los Derechos Humanos: «En toda convivencia humana bien ordenada y provechosa hay que establecer como fundamento el principio de que todo hombre es persona, esto es, naturaleza dotada de inteligencia y de libre albedrío, y que, por tanto, el hombre tiene por sí mismo derechos y deberes, que dimanan inmediatamente y al mismo tiempo de su propia naturaleza. Estos derechos y deberes son, por ello, universales e inviolables y no pueden renunciarse por ningún concepto».

O sea, que nadie tiene que darme los derechos, sino que son míos por el mero hecho de ser persona, como míos son los deberes aunque no hayan sido sancionados por código civil alguno. El Estado me los reconoce, pero no me los otorga. Y esto es muy importante, para saber a quién se agradece el tenerlos y a quien se le debe exigir su reconocimiento y protección. Ideas claras y distintas… 

El segundo texto me ayuda a saber, por tanto, a quien se los agradezco. Es de Juan Pablo II en el número 33 de Ecclesia in Asia: «El tipo de desarrollo que la Iglesia promueve va mucho más allá de las cuestiones económicas o tecnológicas: comienza y termina con la integridad de la persona humana creada a imagen de Dios y dotada de la dignidad y los derechos humanos inalienables que Dios le dio». 

O sea, que una persona puede tener garantizados los medios económicos suficientes para su vida y, sin embargo, no tener garantizado su desarrollo personal. Dos cosas que no siempre coinciden, pues la persona tiene un valor absoluto, pero nunca se le puede poner precio. 

Y por último, un mensaje de Juan XXIII para los políticos: «En la época actual se considera que el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana. De aquí que la misión principal de los hombres de gobierno deba tender a dos cosas: de un lado, reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover tales derecho; de otro, facilitar a cada ciudadano el cumplimiento de sus respectivos deberes. Tutelar el campo intangible de los derechos de la persona humana y hacerle llevadero el cumplimiento de sus deberes debe ser oficio esencial de todo ser público» (Pacem in Terris, 60)

A falta de pan, buenas son tortas…

Juan Pedro Rivero González
@juanpedrorivero

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