Estamos esperando que llegue el "Tiempo de Adviento", cuatro semanas de preparación para la Navidad. Será un tiempo de preparación y espera. Porque esperar es parte de la vida. La espera puede ser meramente pasiva, porque lo que va a llegar llegará sin que podamos influir en ello, o la espera puede ser activa, porque dependiendo de nuestra actitud lo que se espera afectará a nuestra vida o nuestra vida afectará a lo que se espera. El tiempo de Adviento es tiempo de espera activa.
Me recuerda esta realidad la luz verde encendida que contemplamos en las paradas de los taxis. Un taxi puede estar parado, pero si vemos la luz verde nos indica que su espera es activa, que está libre y lo podemos coger.
La gestación es un tiempo de espera, pero la madre tiene que prepararse, disponerse, porque no se trata de algo que adviene sin afectarla, ni su actitud de preparación afecte a la llegada de su hijo o hija. Preparar las cosas es también parte de la vida. Y muchas veces el tiempo de preparación es más amplio que el acontecimiento esperado: que se lo digan a los cocineros que dedican horas largas de preparación a lo que tarda en desaparecer con un bocado.
Nada es tan contrarío a el honor de la vida como improvisar el advenimiento de lo esperado. Por eso en estas semanas previas al tiempo de Adviento escuchamos insinuaciones de la grandeza del futuro e invitaciones a reconocer que lo mejor siempre está por llegar.
El próximo domingo comienza en nuestra diócesis la fase celebrativa de la Misión Diocesana. Es una etapa que hemos preparado con esmero durante años. Y será una etapa de preparación para una actitud permanente de testimonio fresco y generoso de la alegría permanente del evangelio. El tiempo que se dedica a preparar los acontecimientos nunca es tiempo perdido.
Cuando una persona está dispuesta y disponible se nota. Cuando lo que se espera se considera importante, se prepara.
La luz verde se mantiene encendida, como los taxis en la parada.
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