La Carta de la Semana (05/05/2016): "LA TERAPIA DEL PERDÓN"


Si nos paramos a reflexionar sin prisa podemos ser capaces de percibir que sólo es posible el perdón entre los seres humanos. De pequeño escuché que “Dios perdona siempre, los seres humanos perdonamos a veces, pero la naturaleza no perdona nunca”. Nos le decían para hacernos caer en la cuenta de que todo acto tiene sus consecuencias naturales y hemos de aceptar la responsabilidad de lo hecho. Es cierto: la naturaleza no perdona nunca. El perdón es patrimonio de la humanidad.

Las diferentes culturas podrían ser analizadas desde esta perspectiva y descubriríamos que los occidentales tenemos la suerte de haber nacido en una matriz cultural en la que el perdón, como fenómeno social, ha dejado huella. Es lógico que algunos sigamos apelando al “ojo por ojo, diente por diente”, pero hemos de reconocer que se trata de una apelación propia de fases culturales anteriores a la nuestra. Nos rechina la pena de muerte e, incluso, nos parece un exceso la cadena perpetua. Eso nos ocurre porque el perdón, como fenómenos social de raíz personal, se ha instalado en nuestra cultura.

Además, ¿qué es más sano? ¿Qué alivia nuestra psicología y pacifica más el alma? ¿Vivir con la rabia clavada por dentro buscando cómo devolver el agravio o soltar lastre y perdonar elevándonos por encima de nuestro dolor? Para mí que el ofendido no debería cargar con esa cicatriz insana y pegajosa que es el deseo de venganza. Es una anhelo que sólo padece el inocente de una forma inútil. Y el alivio es tan efímero como infructífero. Para mí que la solución está en el perdón.

Ya sé que esto no lo aceptaría de buen grado Nietzsche y sus discípulos vitalistas que no dejarían de afirmar que se trata de una debilidad pos cristiana. Pero diga lo que diga, para mí que es terapéuticamente positivo, y específicamente humano, el perdonar. Tal vez exija mucha más fuerza interior y valentía que la automática deriva de la venganza. ¿Hay enemigos? Perdónales. ¿Te ofendieron? Perdónale. Es la raíz de una sociedad pacífica y pacificadora.

No se trata de no defender nuestros derechos ni de no proteges nuestra integridad. No se trata de eso. De lo que se trata es de no cargar nosotros con las consecuencias dolorosas de un mal del que no somos culpables del todo. ¿Cómo va a ser que el mal que hace otro me mantenga encendido y enrabietado permanentemente produciéndome un sufrimiento que ni quiero ni comparto? Pues no; nadie va a conseguir romper mi paz a base de sugerir la terapia de la venganza.

De hecho, todo cambiaría si cada cual “(…) tratara a los demás como queremos que nos traten”.

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