Mirar al cielo para ver mejor el suelo que pisamos. Hoy somos invitados a mirar al cielo y hacer fiesta por la glorificación de Nuestro Señor Jesucristo que, habiéndose humillado hasta la muerte y muerte de cruz, ascendió victorioso, resucitado y lleno de vida, a la diestra de Dios Padre, desde donde intercede por nosotros concediéndonos el don dichoso del Espíritu Santo; Espíritu que nos llevará a la verdad plena.Mirar al cielo sabiendo que no estamos solos, que la gracia y la salvación de Cristo nos acompaña providencialmente en todos los momentos de nuestra vida, sosteniéndonos en la dificultad, empujándonos de nuestras lentitudes y purificándonos de nuestros pecados. Amados mientras vivimos por un amor que tiene su sede en el Cielo, en Dios.
Mirar al cielo cuando comprometemos nuestra vida en la tarea de ser testigos de Jesucristo en medio de nuestros hermanos. Mirar allá, donde está el verdadero tesoro que no lo corroe el óxido del olvido ni lo puede robar ningún peligro. Nadie nos lo puede quitar, aunque nos quiten la vida como a tantos hermanos nuestros a quienes el Papa nos ha pedido que arropemos con nuestra oración en esta próxima semana de Oración por la Iglesia perseguida.
Mirar al cielo de corazón, sin sinceridad, con deseo, con esperanza. Mirar porque allí nos espera el abrazo del Padre. Nada puede ser mejor que un gozo eterno y siempre nuevo. Una alegría inquebrantable, una fiesta que no se agota.
Mirar e invitar a mirar al cielo a tantos hermanos que viven agobiados por los trabajos y las heridas de esta vida y de este suelo. Invitar a confiar en Dios que nos espera y desde el que cobra sentido cuanto hacemos y cómo lo hacemos. ¿Quién nos separará del amor de Dios? ¿Quién?
Sí, mirar al cielo…
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