La Carta de la Semana (26/03/2015): "SEMANA SANTA"


Estamos ya a las puertas de la Semana Santa que, desde el Domingo de Ramos al Domingo de Resurrección nos recordará aquellos acontecimientos centrales de la vida de Jesús, su entrada en Jerusalén para celebrar la fiesta judía de Pascua, la despedida de los amigos en Jueves Santo, su atropellada condena a muerte el Viernes Santo, sepultura y espera del cumplimiento de su promesa de resucitar, al tercer día, en las primeras horas del primer día de la semana, el Domingo Pascual. Allí y en aquel momento ocurrió el núcleo de la fe de los cristianos: "murió para el perdón de nuestros pecados y resucitó para nuestra salvación". Un breve resumen de lo que venimos repitiendo durante los últimos 2015 años quienes aceptamos la sorpresa de la divinidad de Jesús de Nazaret.

Esta es nuestra fe. Una fe personal, una convicción personal, que vivimos individual y comunitariamente, en privado y el público gracias al Derecho fundamental que todos tenemos a la Libertad Religiosa. Éste es el sentido de todas las manifestaciones litúrgicas y populares de estos días. Una procesión con una imagen de pasión es la expresión pública y externa de la convicción de fe de un grupo de cristianos. Por eso se equivocan quienes separan la dimensión religiosa y social de la Semana Santa. Esta distinción supone no comprender bien la naturaleza de la fe. La fe, manifestada comunitariamente, es a la vez un acto religioso y una realidad social. Es más, tan social como religiosa.

En esta columna de jueves a jueves comparto con quienes abren Diario de Avisos reflexiones personales al hilo del acontecer diario. Hoy quiero convertir la reflexión en una invitación. Una sencilla invitación: acojamos la próxima semana la invitación de la comunidad cristiana a experimentar la misericordia de Dios que Jesús nos ganó con su entrega hasta el extremo. Hagamos la experiencia de dejarnos amar incondicionalmente, como es la forma de amar de Dios. No tengamos miedo a que nuestra vida pueda tener un nuevo comienzo, a que nos podamos renovar radical y sacramentalmente.

Cada una de nuestras vidas está hecha de momentos irrepetibles, únicos, personales, donde lo auténtico se revela posible porque lo experimentamos. Esto nos puede ocurrir. 

No dejemos pasar esta Semana Santa.

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