Desde la Palabra (08/02/2015): "PARA GANAR A ALGUNOS…"


Hay dolor en el corazón de tantas personas. Las enfermedades, el duelo por un ser querido, una frustración, un enfrentamiento, una humillación… ¡Tanto dolor! Y no está lejos de nosotros. Personas que conviven con nosotros o nosotros mismos podemos experimentar el dolor, la ausencia, la pena, la soledad… Así es siempre. Jesús aparece en el evangelio siendo testigo de cómo la gente “(…) se agolpaba a la puerta, (…) muchos enfermos de diversos males (…) muchos demonios”. Enfermos y poseídos. Mucho dolor en el corazón y en la vida de muchas personas. Y Jesús es presentado por el evangelio como el alivio, a quien busca la gente que necesita alivio y salud. Jesús es el alivio de todos los males.

Por eso hoy la Liturgia nos ofrece, como primera lectura, la experiencia de Job. “Meses baldíos (…), noches de fatigas”. Job es presentado en la Escritura como el paradigma del dolor y sufrimiento humanos. Y Dios, como repetíamos en el Salmo, venda los corazones destrozados”. ¡Cuánto corazón destrozado! Es una experiencia real. Hay mucha gente que sufre mucho, mis queridos hermanos. Hay mucho corazón destrozado. ¿Cómo venda Dios nuestras heridas? ¿Cómo alivia Dios nuestros dolores? ¿Cómo reconstruye Dios nuestro amor roto o herido?

Por Cristo. Nos ha regalado a Cristo. Y a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y necedad para los griegos. Un crucificado se ha convertido en fuente de salvación. Un dolorido se ha convertido en fuente de alivio. Es el escándalo de una cruz salvadora y redentora, que reconstruye, que venda heridas con su humillación, que sana los corazones destrozados con su obediencia integral, con su amor incondicional. Como aquellos se agolpaban a la puerta buscando a Jesús, hoy muchos hombres y mujeres, consciente o inconscientemente, se agolpan a la puerta de Jesús buscando alivio y salvación. Las puertas de Jesús siguen estando abiertas para salvar. La Iglesia debe ser, quiere ser, casa de puertas abiertas que ofrece la salvación de Jesús. Nosotros hemos encontrado el alivio atravesando las puertas de la Iglesia y concentrándonos con Cristo.

Eso es, y no otra cosa, evangelizar. Eso es, y no otra cosa, anunciar a Cristo hoy a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Eso es, y no otra cosa, la misión de la Iglesia y de cada uno de nosotros. Eso es, y no otra cosa, lo que San Pablo nos recuerda en la segunda lectura: “Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todo, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.” Ahí está nuestra misión. Ahí está la salvación.

Cada vez que celebramos el sacramento de la Penitencia, del Perdón, podemos experimentar el alivio sanador de Cristo. Venda nuestras heridas con su misericordia. Todas nuestras heridas. Del todo sana nuestras heridas.

Cada vez que celebramos la eucaristía, que ofrecemos el que nos da y recibimos a Cristo, sacrificio, presencia y banquete de salvación, Cristo sana nuestra soledad, viene a vivir en nosotros para fortalecernos con su gracia.

Cada vez que abrimos el evangelio y escuchamos a Jesús, sus palabras se convierten en sanadoras, en remedio para nuestra confusión vital. Muestra el camino y nos salva.

Cada vez que hacemos una visita al santísimo, o dedicamos un rato breve a estar con él y rezar, su presencia nos reconstruye, nos reconforma, nos sana, nos salva…

Esta es la buena noticia de la Salvación.

Señor, sálvanos con tu poder. Ven a nuestra necesidad y venda nuestras heridas lastimadas por el egoísmo y el pecado. Ven Jesús en nuestro auxilio y abre las puertas de la Iglesia, de nuevo, en este tiempo, para que anuncie la salvación y sigas vendando corazones desgarrados, destrozados. Ven Señor, a salvarnos. Santa MARÍA, Salud de los enfermos, y auxilio de los cristianos. Ruega por nosotros.

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