Es elocuente la definición que ha dado Francisco a la corrupción: una podredumbre barnizada. Lo hacía en una homilía en la capilla de la Casa Santa Marta en Roma, distinguiendo entre el pecado y la corrupción. No sé porqué me ha vuelto a la memoria aquellas palabras del Papa. Tal vez los acontecimientos recientes en el ámbito judicial del que todos estamos siendo testigos lo hayan provocado. Lo cierto es que nos viene bien a todos saber distinguir entre el fallo, el error, el pecado…, y la podredumbre barnizada de la corrupción.
La limitación y precariedad de nuestra libertad genera la posibilidad del error, del fallo y del pecado. Muchas veces, sabiendo lo que no debemos hacer, lo hacemos motivados por un impulso o tentación que nos presenta el mal con especial atracción. Pero sabemos que ese mal está mal. La conciencia nos ofrece la posibilidad de reconocer el mal y de corregir la acción. De hecho, podemos pedir perdón. Y esa posibilidad de corrección es parte de la estatura moral del ser humano.
Del pecado podemos ser redimidos. Quien reconoce el mal y genera esa necesaria actitud de corrección y resarcimiento de los daños ocasionados no ha abandonado del todo la claridad del bien. Pero quien disimula el mal vistiéndolo de bondad aparente, escondiendo su feo rostro detrás de las cortinas de la apariencia, ese no genera perdón y ha abandonado toda claridad posible. El corrupto habita ya la zona oscura.
El corrupto está podrido en su voluntad. Y por más que disimule barnizando de apariencia de bien lo que hace, ha renunciado al cambio… Habita ya la zona oscura.
Ahora que hemos celebrado ya la fiesta de todos los Santos y la conmemoración de todos los fieles difuntos, no podemos olvidar que “no hay santo que no tenga pasado, ni pecador que no tenga futuro”. El pecador tiene perdón; el corrupto no busca el perdón, lo barniza.
La limitación y precariedad de nuestra libertad genera la posibilidad del error, del fallo y del pecado. Muchas veces, sabiendo lo que no debemos hacer, lo hacemos motivados por un impulso o tentación que nos presenta el mal con especial atracción. Pero sabemos que ese mal está mal. La conciencia nos ofrece la posibilidad de reconocer el mal y de corregir la acción. De hecho, podemos pedir perdón. Y esa posibilidad de corrección es parte de la estatura moral del ser humano.
Del pecado podemos ser redimidos. Quien reconoce el mal y genera esa necesaria actitud de corrección y resarcimiento de los daños ocasionados no ha abandonado del todo la claridad del bien. Pero quien disimula el mal vistiéndolo de bondad aparente, escondiendo su feo rostro detrás de las cortinas de la apariencia, ese no genera perdón y ha abandonado toda claridad posible. El corrupto habita ya la zona oscura.
El corrupto está podrido en su voluntad. Y por más que disimule barnizando de apariencia de bien lo que hace, ha renunciado al cambio… Habita ya la zona oscura.
Ahora que hemos celebrado ya la fiesta de todos los Santos y la conmemoración de todos los fieles difuntos, no podemos olvidar que “no hay santo que no tenga pasado, ni pecador que no tenga futuro”. El pecador tiene perdón; el corrupto no busca el perdón, lo barniza.
Sí, una podredumbre barnizada…
Todos los políticos deberían escribir cartas para pedir perdon a los ciudadanos por las terribles condiciones en que tienen viviendo a millones, mientras ellos se roban dinero a montones y disfrutan de comodidades insanas
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