QUINARIO - Cuarto día: "LA TENTACIÓN DE LA INDIFERENCIA"


Hemos atravesado el ecuador de este Quinario. Hemos reconocido el primer día la importancia de estar a la escucha, atentos, porque Dios nos dirige su Palabra, nos manifiesta su voluntad. Y es muy importante no sólo oírle, sino escucharle. Le hemos pedido al Cristo de La Laguna que nos ayude a ser discípulos con espíritu, cono nos invita el Papa Francisco a serlo en este momento de la historia de la Iglesia en el que estamos convocados a la nueva evangelización. Para una nueva evangelización, evangelizadores con espíritu. Y, ayer, hemos intentado contemplar el corazón de la Revelación: tanto nos amó Dios que nos envió a su Hijo. Cristo manifestó en la Cruz el extremo del amor. Un amor de entrega, un amor verdaderamente humano, un amor que nos empuja hasta el extremo definitivo del perdón.

Hoy quisiera invitarles a escuchar otra palabra del Papa Francisco. Él habla de la globalización de la indiferencia. Nosotros llamémosla “la tentación de la indiferencia”. Estamos tentados de indiferencia. Y es una tentación muy peligrosa que nos impide escuchar, amar, seguir y entregar la vida a Cristo. Si todo da igual y nada nos preocupa, nada nos afecta, nada nos interesa..., entonces nuestra condición de discípulos no vale nada. Si nada es importante, nada vale la pena, nada vale la entrega de la vida; Cristo está crucificado en una imagen, pero no vale para nada. Es mala yerba, es mala espina, es una tentación de la que debemos ser muy conscientes para luchar con las armas adecuadas. No podemos caer en la tentación de la indiferencia.

La misericordia de Dios es infinita con el pecador. El pecador sabe que ha obrado mal y pide perdón. No hay pecado que Dios no tenga poder para perdonar. No hay pecador sin futuro ni santo sin pasado. Nuestros pecados han sido y pueden ser perdonados. Pero no hablamos del pecador, sino del corrupto. Del que ha caído en la indiferencia del pecado y le da igual el bien que el mal; se ha instalado en el campo de minas del mal y no intenta salid de él. Está cómodamente instalado en el espacio de la indiferencia. Para el corrupto el perdón no vale nada, no le interesa, no lo busca. Hermanos, no podemos instalarnos en este espacio de maldad. Aunque creamos que nuestras corrupciones son mínimas frente a otros gigantes de la corrupción. El mal es mal, sean pequeño o sea grande. No caigamos en la tentación de la indiferencia.



1.- No da igual la soberbia que la humildad. No da igual. No es lo mismo. No es indiferente entender la vida como un don recibido que como una conquista alcanzada exclusivamente por nuestra fuerza y destreza. La soberbia nos ciega el alma y nos impide mirar a los demás. Nos encandila el brillo supuesto de nuestras propias cualidades y somos ciegos a las luces y destellos de verdad que habitan en la vida de los demás. La soberbia nos ciega la mente y el corazón. Ni vemos la verdad ni amamos la verdad. La soberbia fue la causa que nos narra el libro del Génesis como fuente de la desobediencia primera. Querer ser como Dios: querer decidir sobre el bien y el mal, sobre la vida y la muerte, sobre la luz y las tinieblas. La soberbia no es fuente de vida verdadera, es una mentira instalada en nuestro corazón. Yo no soy menos que nadie; es cierto. Pero yo no soy más que nadie. La soberbia rompe este equilibrio creado por Dios que, desde el principio, vio que no era bueno que nos aisláramos en la soberbia autosuficiente y nos creó en comunión fraterna.

Frente a esta forma ciega de ser personas, tentación de indiferencia radical, Jesús, el Señor, desde la Cruz del Calvario nos muerta otro camino. La humildad de reconocer al otro, de amar al otro, de entregar la vida por los otros. No es igual tener que no tener la capacidad de reconocer nuestros fallos, de aceptar nuestra condición de pecadores y salir en busca del perdón. La crisis no es tanto del sacramento de la penitencia..., la crisis es de soberbia, de falta de humildad. ¡Cómo yo le voy a decir a un sacerdote: “padre, no soy perfecto, he pecado, me he equivocado...”. ¡Cuánto daño hace a la vida cristiana la soberbia! ¡Cuánto necesitamos aprender de Cristo el camino de la humildad! No da igual, hermanos, la soberbia que la humildad.

2.- No da igual la mentira que la verdad. No da igual. No es lo mismo. No nos dejemos atrapar por la tentación de la indiferencia. La verdad y la mentira no son hermanas. Para nada. La mentira es mentira. No hay mentiras piadosas, medias mentiras, mentirijillas... Hay mentiras. Y la mentira no es lo mismo que la verdad. Jesús nos dijo: “La verdad os hará libres”, y nosotros revestimos de aparente libertad el coqueteo con la mentira. Nos mentimos a nosotros mismos, nos auto-engañamos, mentimos a los demás y, lo peor, no lo queremos reconocer. Mentimos hablando de los demás y sentimos que no pasa nada, que no importa, que nada ocurre: tentación de la indiferencia. Mentimos sobre lo relativo y sobre lo importante y, como si nada pasara. No nos dejemos atrapar por la mentira que nos esclaviza y encadena a seguir mintiendo una y otra vez, para tapar con otra mentira la mentira hecha. Rompamos esa espiral de indiferencia. La verdad no da igual que la mentira.

La verdad nos hace humanos. Verdaderos, claros, sinceros, transparentes. Al pan pan, y al vino vino. Que vuestro sí sea sí y vuestro no sea no... ¡Que daño hace la tentación de la indiferencia en la vida cristiana!

3.- No da igual la pureza que la lujuria. No es lo mismo. Los limpios de corazón verán a Dios. Y no da igual la limpieza que la suciedad. No da lo mismo. Mirar a una mujer como mujer... o mirarla como fuente exclusiva de deseo; mirar a un hombre como un hermano, que mirarlo con la maldad en la mirada y el deseo en el corazón. No es lo mismo la fidelidad que la infidelidad. No es lo mismo. Y no podemos contentarnos con esa sucia indiferencia que no distingue la pureza y la impureza. No da igual.

4.- No da igual ser envidioso que ser generoso. Porque no es lo mismo. La envidia mata al hermano en nuestro corazón y justifica su asesinato espiritual con motivos inventados. No caigamos en la tentación de corromper nuestra mirada. Reconozcamos lo bueno que Dios ha dejado en la vida de los otros; alegrémonos de los éxitos ajenos. Alegrémonos cuando los demás son felices, tienen lo necesario, disfrutan... La generosidad de corazón, la magnanimidad, es todo lo contrario: se alegra del bien ajeno. Sabe felicitar. Sabe valorar. Sabe reconocer. NO da igual la envidia que la generosidad. No es lo mismo

5.- No da igual robar que respetar el bien ajeno. No es lo mismo. Hurtar, hacernos con lo que es de otro, con sus bienes, con su fama, con sus resultados... No es lo mismo robar que no robar. Y no se trata de cantidad. El robo lo es aunque sea un paquete de chicles o una equivocación en el vuelto del mercado. Lo que no es mío no es mío. Lo que es de otro es de otro. Podemos sentir la tentación de tener lo que no nos corresponde; podemos meter la pata y deber resarcir; podemos pecar y pedir perdón corrigiendo lo dañado, pero lo que no podemos es confundir la verdad y la mentira: no podemos corrompernos.

La caridad, corona del amor, exige que mantengamos nuestras manos limpias. No es lo mismo, hermanos.

6.- No da igual la vida que la muerte. No es lo mismo. Un aborto es un aborto. No podemos domesticar nuestra conciencia con pseudo-recursos nominales a la interrupción voluntaria de un proceso en dificultad. No se respeta a la mujer atentando contra la vida. No hay derecho a ocasionar la muerte. No es lo mismo la vida de un bebé no nacido que el bienestar psicológico de la madre, del padre o de una familia que quiere verse libre de una situación inesperada. No es lo mismo la vida que la muerte. No se trata de criminalizar situaciones, es lógico, pero no podemos caer en la tentación de la indiferencia. No es lo mismo uno que dos hijos; no es lo mismo un hijo que una casa en la playa... No es lo mismo. No es igual el egoísmo que la generosidad. NO podemos caer en la tentación de la indiferencia. No nos dejemos engañar por el materialismo dominante, por el individualismo insolidario, por el relativismo ciego. La indiferencia nos corrompe.

No da igual lo uno que lo otro. Atender a las necesidades que pasar de las necesidades. No es lo mismo, hermanos. No es igual que en la escuela se transmitan los valores dominantes que a los niños que se les haga propuestas éticas de altura. No es igual.

7.- No da igual ir a misa que no ir. No nos dejemos engañar por nuestra comodidad. No es lo mismo participar de manera estable y constante en la vida de la comunidad cristiana que tocar de lejos el amor de Dios de vez en cuando; cuando nos hemos de poner chaqueta y corbata para dar testimonio de nuestra condición. NO es lo mismo practica la vida cristiana que no. Santificar las fiestas cristianas que no, comulgar que no comulgar, comulgar bien, después de reconciliar nuestros pecados que no hacerlo así. No es lo mismo.

8.- No da igual rezar que no hacerlo. No es lo mismo dejar que pase un día detrás de otro sin que elevemos nuestra mirada y oración a Dios, que hacerlo diariamente. Todo cambia con Cristo; todo adquiere una nueva relevancia. La vida adquiere un sentido nuevo, renovado, rejuvenecido.

9.- No da igual amar al prójimo que no amarle. Ser sensible con el doliente, que sufre, que no serlo. No es lo mismo. No nos debemos engañar. No se puede ser cristiano e insolidario. No se puede ser cristiano e indiferente con el dolor ajeno. No se puede pasar como perro por viña vendimiada por la pobreza y necesidad del otro. No se puede seguir a Cristo y ser indiferente de la pobreza y el sufrimiento. La caridad nos debe identificar. No podemos caer en la tentación de la indiferencia. No es lo mismo un proyecto socio-caritativo que una gestión cultural o patrimonial. No es lo mismo. No todo tiene la misma importancia. No es igual.

No da igual, hermanos. Hay que reconocer las cosas como son. Como la inteligencia nos muerta y la conciencia personal nos reclama. No caigamos en la tentación de la indiferencia. ¡Qué daño hacemos a la Iglesia cuando los sacerdotes caemos en la indiferencia y la desgana! ¡Qué daño haceos a las generaciones futuras de cristianos cuando los catequistas y agentes de pastoral somos indiferentes! ¡Que daño le hace al Cristo de La Laguna y a la devoción del pueblo sencillo la indiferencia que se puede instalar como tentación en el corazón de cualquiera de nosotros, seamos esclavos o no lo seamos! Hay que huir de la tentación de la indiferencia.

Estas son nuestras cuitas, Señor Jesús, Cristo amigo de La Laguna y de los laguneros. Aquí hemos venido con el deseo de no caer en la tentación de la indiferencia.

Tuve hambre, y me diste de comer. Tuve sed, y me diste de beber. Estuve en la cárcel y me visitaste. Estuve desnudo y me vestiste. Ni un vaso de agua quedará sin recompensa. El que quiera seguirme que se niegue a si mismo, que cargue con su cruz y me siga. Hijos míos, en la casa de mi padre hay muchas moradas. Os quiero en ellas; os he preparado estancia. No caigáis en la tentación de la indiferencia. NO os dejéis corromper.

Santa María, Madre de misericordia y perdón. Ruega por nosotros.

Comentarios

  1. Soy Miguel (de Sto. Domingo). Le felicito por su homilía tan bien estructurada en el contenido y en la forma. Esta es maravillosa también. Y me pregunto: ¿Cuánto pecamos todos, especialmente los cristianos, de indiferencia, de omisión, de mirar para otro lado ante el mal? Me temo que nadie está libre de ello, en pequeñas o grandes dosis. Muchas gracias por sus palabras de Vida, que tratan de mejorarnos por dentro para que lo manifestemos por fuera (en nuestro entorno).

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