La Carta de la Semana (12/06/2014): "FELIPE VI"


Cuando le comenté a alguien que pensaba titular esta carta así, con el nombre del nuevo rey de España, me dijo, “es un tema controvertido”. Tal vez lo sea. No se trata de un problema de nombre; es un tema de forma y de sentido.

Decía el apóstol Pablo a un obispo joven ordenado por él: “Se debe orar por los que gobiernan y por todas las autoridades, para que podamos gozar de una vida tranquila y pacífica, con toda piedad y dignidad. Esto es bueno y agrada a Dios nuestro Salvador” (1 Tim, 2, 2-3). Y desde entonces nos lo hemos tomado en serio: hemos rezado por los emperadores de Roma -persiguieran o no a los cristianos-, por los jefes y reyes bárbaros, por los emperadores de oriente y de occidente, por los monarcas del Antiguo Régimen, por los por presidentes de las repúblicas modernas, por los jefes de estado y los gobiernos de cualquier signo político en cualquier forma de gobierno -estuvieran a favor o en contra del derecho fundamental de libertad religiosa-. Porque, como cualquiera puede imaginar, lo importante no es la forma de gobierno, sino el buen gobierno.

Porque “La autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad, sin suplantar la libre actividad de las personas y de los grupos, sino disciplinándola y orientándola hacia la realización del bien común, (…). La autoridad política es el instrumento de coordinación y de dirección mediante el cual los particulares y los cuerpos intermedios se deben orientar hacia un orden cuyas relaciones, instituciones y procedimientos estén al servicio del crecimiento humano integral. (…) Es entonces cuando los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer.” (Compendio de la DSI, nº 394)

¿Monarquía o república? Cualquiera que sea la forma de gobierno que hayamos elegido, no podemos olvidar que el sujeto de la autoridad política es el pueblo, considerado en su totalidad como titular de la soberanía. (…) El sistema de la democracia, gracias a sus procedimientos de control, permite y garantiza su mejor actuación. (Cfr. Ibidem, nº 395). Estos principios nos deben iluminar. Conforme a ellos hemos de participar en la vida pública. Y, claro que sí, de la misma manera que hemos rezado en estas últimas décadas por Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero o Mariano Rajoy, rezaremos por Felipe VI como hicimos por Juan Carlos I, para “(…) que podamos gozar de una vida tranquila y pacífica, con toda piedad y dignidad”.

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