Óscar Izquierdo: "Procrastinar"


En una reunión de amigos, un abogado, con toda su buena intención, nos explicaba el significado del verbo procrastinar e inmediatamente me di cuenta que es precisamente el que más se conjuga en nuestro tiempo, no de palabra sino de acción y precisamente por significar lo contrario. Su origen etimológico viene de: Pro (a favor de) y crastinación del latín crastinare (dia después, mañana). Por lo tanto significa estar a favor del día de mañana. Es decir, ante lo complicado, difícil, angustioso, conflictivo, o decisiones que cuesta tomar, lo que hacemos es diferir su ejecución o aplazar su resolución.

Procrastinamos cuando no somos capaces de enfrentarnos a las dificultades de la actividad diaria y nos resistimos a las que nos encontramos. Estamos viviendo unos momentos difíciles donde la crisis global y no lo decimos en el sentido físico sino existencial, nos llena de angustia, preocupación y miedo, llegando a paralizar nuestro comportamiento vital. Vivimos el presente sin vivirlo, porque estamos pensando, preocupadamente, en el futuro como si estuviéramos en un simulador que nos agarrota, oprimiéndonos. No hay perspectivas ni ilusión, sino temor, porque el sistema no está dando respuesta a las necesidades ni materiales ni espirituales de las personas, falla y no encuentra ni es capaz de barruntar alguna solución que sacie las necesidades padecidas y levante el ánimo.

Vivimos desconcertados y sin la serenidad interior imprescindible para afrontar los grandes retos, sobre todo personales a los que nos enfrentamos. Esto es lo que verdaderamente nos hace procrastinar, lo que nos paraliza. Se ha derrumbado el Estado del Bienestar y con él la comodidad y el bien vivir, o mejor dicho el vivir bien, ha desaparecido la valentía y nos escondemos en la angustia paralizante y la desesperación que nos detiene, precisamente porque faltan los medios materiales. Pero no nos engañemos, eso es sólo lo superficial, lo que verdaderamente e interiormente nos hace entumecer, es no poder trabajar, que es connatural a la existencia humana, el sentirse útil, ocupado, transformador de la realidad y sobre todo, sentirse y ser persona.

El paro no se puede entender sólo desde un punto de vista economicista, es sobre todo una paralización del ser. Es la nada y el hombre es en sí mismo la vida, la existencia y por eso se produce esa confrontación. Si no se tiene un referente que sea la savia, la energía y la fuerza vital que nos ilumine y guía en nuestro devenir, entonces nos encontramos ante el abismo, la oscuridad, el precipicio y el acantilado, en fin, el vértigo donde no nos podemos agarrar a nada. Y eso sucede porque nos hemos encerrado en nosotros mismos, egocéntricamente y nos hacemos dioses de nuestra existencia, en un dialogo inexistente porque no se produce una plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas o afectos, sino un monólogo autosuficiente ensordecedor y aniquilador.

Cuando la ideología es la apariencia del ser, entonces hemos dejado de pensar por nosotros mismos y somos marionetas en manos de los que dirigen nuestra vida desde fuera, para hacernos meros consumidores de ideas y productos para mayor gloria y beneficio de una Sociedad sin sustrato permanente. No importan las personas, sólo es definible la masa, así no hay querencias que paralicen el objetivo único del beneficio. La angustia del paro se vive sólo y pendiente de la solidaridad del otro. Pero no vamos a encontrar una salida huyendo cobardemente y quitándonos del medio, que es lo fácil, sino luchando valientemente, con esa osadía que da el saber que hay prójimos que nos quieren, escuchan, ayudan y comprenden. Y si a esto unimos una confianza total de abandono en quien sabemos que siempre nos escucha y quiere lo mejor para nosotros, aunque no lo entendamos, pues es en ese momento cuando empezamos a ser sabios y podemos recomenzar a vivir con el sostén de saberse amados simplemente por tener el ser que nos ha sido dado.

Por lo tanto vamos a procrastinar, con la angustia, el miedo, la desazón, la pesadumbre, la ansiedad, la preocupación, la desesperación y la congoja y vamos a enfrentarnos a ese futuro que nos inquieta, racionalmente, viviendo ahora, que ya es mucho.

Y todo esto lo he escrito pensando y queriendo a una amiga, para que recupere las ganas de vivir, deseándole mucha longevidad.

Oscar Izquierdo. Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología

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