Elogio de la militancia


Las declaraciones que están realizando los responsables de los distintos partidos sobre los casos de corrupción no están a la altura de sus respectivas militancias. Quienes afirman que todos los políticos son iguales y que hay poca diferencia entre el militante de base y los responsables de finanzas se equivocan. La gran mayoría de los militantes son honestos y todos conocemos a concejales, alcaldes o diputados que están trabajando con honestidad, a pesar de los líderes orgánicos que dicen representarles.

Las sucesivas encuestas del CIS no están siendo justas con esta militancia, están expresando el descontento de los ciudadanos ante los responsables orgánicos, ante los líderes nacionales y, por tanto, ante la imagen que proyectan las ejecutivas, los aparatos o los comités. Sería curioso comprobar cómo han sido elegidos y cómo han ido ascendiendo hasta puestos orgánicos personajes incapaces de redactar un documento, elaborar un discurso o aprobar un concurso público de méritos.

Es un problema estructural que los militantes de base han ido dejando de lado porque estaban preocupados por otras ocupaciones y porque no querían trepar dentro de los aparatos. Quizá haya llegado el momento de pedirles cuentas por la dejación de responsabilidad orgánica cuyo resultado involuntario ha sido el desprestigio de la noble actividad política.

La democratización de los partidos es un imperativo constitucional que los militantes deberían exigir con firmeza y autoridad, no por razones administrativas sino por razones de moral pública. Los controles internos no funcionan, la rendición de cuentas no se realiza y los principios de publicidad o transparencia no se aplican.

Como afirmó Vaclav Havel, se equivocan quienes piensan que la política es una actividad intrínsecamente sucia y perversa. Es una actividad peligrosa porque podemos ensuciarnos con especial facilidad, por eso son importantes los controles internos, una vida profesional independiente de la política y la cultura de la rendición de cuentas. No es un problema de sueldos o complementos sino de liderazgo, de competencia profesional, de resistencia moral y de voluntad de servicio. También un problema de ejemplaridad en los representantes y sinceridad en los militantes para hablar con libertad en los órganos correspondientes sin miedo a que se le aplique la ley de bronce con la que Alfonso Guerra se despidió de la generosidad política que presidió la política de la transición: “quien se mueve no sale en la foto”.

Agustín DOMINGO MORATALLA Para el viernes 14 de Diciembre de 2012, en LAS PROVINCIAS. GRUPO VOCENTO

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