UN DESARROLLO INTEGRAL


La presencia de la crisis económica y social nos ha llevado a preguntarnos si era verdadero el desarrollo del que creíamos poder disfrutar.

En su encíclica Caridad en la verdad, Benedicto XVI afirma que en una sociedad y una cultura que relativizan lo verdadero, es imprescindible redescubrir la caridad en la verdad. Según él, la adhesión a los valores cristianos es indispensable para edificar una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral (CV 4).

Esta afirmación puede parecer políticamente incorrecta en un ambiente laicista. La clave para entenderla correctamente está en las últimas palabras ¿Pero qué es un verdadero desarrollo humano integral? Habrá que excluir algunas percepciones.

• El desarrollo no ha de ser meramente tecnológico. Aunque resulte seductor, el desarrollo integral no puede reducirse a la acumulación de tecnología. Podemos contar con grandes y poderosos instrumentos y no avanzar en el conocimiento de nosotros mismos ni en el entendimiento con los demás. El movimiento ecologista nos ha ayudado a comprender que no basta con perfeccionar la técnica. Es preciso apelar a la ética para mantener un crecimiento sostenible.

• El desarrollo tampoco puede ser egoísta. No seremos libres mientras haya esclavos a nuestro alrededor. Y no habrá desarrollo humano integral, mientras se permita o se provoque el subdesarrollo de los demás, sean individuos o pueblos enteros. Por eso afirma la encíclica que “la verdad originaria del amor de Dios, que se nos ha dado gratuitamente, es lo que abre nuestra vida al don y hace posible esperar en un desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres” (CV 8).

• El desarrollo tampoco puede ser parcial. El crecimiento parcial de un órgano genera una monstruosidad. También el desarrollo social tiene que ser integral. Ha de incluir el cuerpo y el espíritu, la horizontalidad y la verticalidad de las relaciones, el tener y el ser, el individuo y el grupo, la humanidad y el ambiente creado.

Esas tres tentaciones de tecnologismo, egoísmo y parcialidad envenenan el sano desarrollo. Y convierten el pretendido progreso humano en una bomba a largo o corto plazo.

Los cristianos no podemos ser enemigos del verdadero progreso, siempre que se integral. Es más, pensamos que el desarrollo humano integral ha de ser entendido como una vocación responsable. Es decir, como la respuesta humana y humanizadora al proyecto de Dios (CV 11.16).

Ese proyecto puede ser descubierto por la razón, pero el creyente sabe que la razón no es negada sino ayudada y purificada por la fe.

Los valores y los ideales propios de la fe cristiana no son un obstáculo, sino un estímulo para un desarrollo integral, que se basa necesariamente en la caridad y en la verdad. A creyentes y no creyentes nos cuesta bastante aceptarlo. Pero el ideal no deja de ser válido porque nosotros lo consideremos difícil. Todos tendremos que hacer un esfuerzo para hacerlo realidad.

José-Román Flecha Andrés

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