Queridos amigos:
Ese dichoso afán de
que los demás nos valoren nos hace, en ocasiones, asumir unos esfuerzos
innecesarios y exagerados. No digo con esto que no nos preocupe la salud y que
vivamos en la descuidada dinámica de dejarnos arrastrar por el apetito
desmedido de tantas cosas innecesarias, pero “ni calvos ni con dos pelucas”.
Si es por nuestro bien
integral, pues vale, nos privamos de un helado; pero si es porque el bañador nos
quede un primor y brillemos en los ojos de los demás con luz radiante, pues,
-digo yo- no vale la pena. Porque las cosas que Dios nos da son para que las
gocemos, para que las saboreemos, para que las vivamos. Estoy invitando a que
nuestro espíritu de sacrificio sea verdaderamente humano; a que no nos importe
hacer como hizo el Maestro, que a la postre le decían: “Vaya vaya con vuestro Maestro…, no se priva de una buena comida y de
una buena bebida…”; o dicho en palabras del evangelio: “Vino Juan, que ni comía ni bebía y decía: tiene un demonio; viene el
Hijo del Hombre, que come y bebe y decís: es un comilón y borracho”.
Y –digo yo-, a la
vista del hecho y mesurando las consecuencias: ¿Por qué nos privamos de un
helado? Si es por nuestro nivel de glucosa en sangre, bien; si es porque
nuestra autoestima necesita la valoración del otro, pues no. Así que, amigos,
en estos días en los que se vislumbra el advenimiento del tiempo estival, por
favor, agradecidos al Dios de la vida, si pueden, no se priven de un helado.
Con afecto, y como siempre, un amigo.
¡Me cuesta mucho privarme de los helados de chocolate, don Juan Pedro. Como le dijo el torero Juan Belmonte a Valle Inclán, cuando este le habló que que solo, esteticamente, el faltaba "morir en el ruedo". Belmonte contestó !Se haraa lo que se pueda! Un abrazo
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