Un buen artículo para meditar el 1 de mayo
El día
primero de mayo los católicos celebramos con gusto la fiesta de San José
Obrero, recordando el taller de Nazaret,
en el que trabajó Jesús. Desde hace más de un siglo, esta jornada está dedicada
en todo el mundo a las reivindicaciones de los obreros. Con razón ha sido
llamada en muchos lugares la “Fiesta del Trabajo”.
Esta fiesta ha estado marcada por las reivindicaciones
de mejores condiciones para los obreros de la industria. Sólo en los últimos
tiempos se ha pensado en los obreros del campo y de otros servicios. En este
momento de crisis al viejo problema de las condiciones en el trabajo se une la
dificultad para encontrar un empleo y la precariedad de los contratos.
En su encíclica “Caridad en la verdad”, el papa
Benedicto XVI ha vinculado la cuestión del desarrollo integral a la relación
existente entre pobreza y desocupación. Según él, “los pobres son en muchos casos
el resultado de la violación de la
dignidad del trabajo humano, bien porque se limitan sus posibilidades, a
causa de la desocupación o de la subocupación, bien porque se devalúan los
derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la
seguridad de la persona del trabajador y de su familia”.
El 1 de mayo del año 2000, con ocasión del Jubileo de
los Trabajadores, Juan Pablo II lanzó un llamamiento para «una coalición
mundial a favor del trabajo decente».
Ahora, su sucesor en el pontificado se pregunta con
razón qué significa la palabra «decencia» aplicada al trabajo. Seguramente es
una pregunta que se formulan tanto los trabajadores como los millones de
desempleados que aumentan cada día en nuestra sociedad. Para el Papa, la expresión “trabajo decente”
encierra al menos este abanico de significados:
• Un trabajo que, en cualquier tipo de sociedad, sea
expresión adecuada de la dignidad esencial de toda persona, hombre o mujer.
• Un trabajo, libremente elegido y realizado, que
asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su
propia comunidad.
• Un trabajo que supere y evite todo tipo de
discriminación social y haga que los trabajadores sean verdaderamente
respetados.
• Un trabajo que permita satisfacer las necesidades
de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar
durante su minoría de edad.
• Un trabajo que consienta a los trabajadores
organizarse libremente y hacer oír su voz, tanto en esas mismas organizaciones
como en la sociedad.
• Un trabajo que no sea absorbente y deje espacio
para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal,
familiar y espiritual.
• Un trabajo que asegure
generosamente una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación
(ver CV 63).
Estos siete puntos son una buena pauta para examinar
la salud de nuestro sistema laboral. Y para prestar una atención afectiva y
efectiva a las personas que luchan por un trabajo digno.
José-Román Flecha Andrés
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