LO QUE VALE UNA COMA

Queridos amigos:

Cuando queremos ver el valor de lo pequeño, el sentido de lo ordinario, acudimos con facilidad al uso de ejemplos gráficos: por ejemplo, sabemos que la levadora es capaz de transformar toda la masa, o que una pequeña semilla de mostaza (por usar dos ejemplos bíblicos) el tiempo y la tierra la convierten en un arbusto. Pues eso pasa con los signos ortográficos: una sencilla ralla sobre el papel, en medio de dos grandes palabras, es capaz de cambiar el sentido del discurso. De eso saben muchos los que redactan sentencias, pues una simple coma puede hacer decir al Juez que el reo es condenable o no lo es: “indudablemente no, es inocente; -o dicho sin la coma-indudablemente no es inocente”. Pues, eso, lo que vale una coma.
Ayer asistí a la celebración de una misa exequial por un joven, muerto de cáncer a los 25 años, que sentía vocación sacerdotal y que murió sin ordenarse, siendo aún alumno de la Facultad de Teología de Granada. Una vida truncada por la enfermedad en edad temprana. Una pequeña biografía pastoral. Muy chiquita, como una coma en un escrito.
En el discurso de la historia, unas vidas pueden resultar palabras grandes, escritas en mayúscula, entre admiración o comillas para destacarse... Pero hay también vidas anónimas, pequeñas, chiquitas, como comas o acentos.
Es curioso. Son esas señales pequeñas las que dan sentido al discurso. ¿No serán esas vidas pequeñas, chiquitas, las proclamas más elocuentes en el discurso del existir?
En la balanza de la vida, el peso lo da el amor. Ninguna otra grandeza pesa tanto como pesa el amor. Lo que vale una vida enamorada. Lo que vale una coma. No tiene precio
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Con afecto, y como siempre, un amigo

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