El Señor está cerca del corazón roto (II)

"Tus heridos es también nuestra
Ahora voy a procurar escuchar sus preguntas y sus pensamientos.
Incluso los hombres de Iglesia, sabemos que el final de una relación conyugal, para la mayoría de ustedes, no ha sido una decisión fácil, tomada a la ligera. Es un paso de mucho sufrimiento en su vida; un hecho que les ha cuestionado profundamente. Se trata del fracaso de un proyecto en el que había que creer y para el que se han invertido muchas energías.
Ciertamente, la decisión ha dejado una marca, una herida. Tal vez incluso habita la duda sobre si hubo posibilidad de hacer algo que lo evitara, o se plantean inevitablemente cuáles han sido las responsabilidades mutuas en la ruptura. Heridos por el dolor de sentirse traicionado en la confianza depositada en el compañero o la compañera que fue elegido para la toda vida. Heridos por el sufrimiento de los niños que participan en un dolor del que no tienen responsabilidad.
 Sé de estas preocupaciones y les aseguro que suponen un dolor y una herida que afecta a toda la comunidad eclesial.
 El final de un matrimonio es también para la Iglesia motivo de sufrimiento y una fuente de serios interrogantes: ¿por qué el Señor permite un fracaso en aquellos bienes que son el "gran signo" de su amor total, fiel e indestructible? Y nos sentimos responsables, porque quizá deberíamos haber estado más cerca de las parejas casadas. Nos interrogamos si hemos o no hemos hecho un verdadero camino de preparación al matrimonio y si hemos transmitido una verdadera comprensión del significado del pacto conyugal, por el que están vinculados los unos a los otros. Nos Interrogamos si hemos sabido acompañarar, con sensibilidad y cuidado, en el camino pastoral de la pareja y la familia, antes y después de la boda. Estas cuestiones, y el dolor que compartimos con ustedes, nos toca profundamente, ya que fracasa algo que nos preocupa muy de cerca: el amor, como el sueño y el mayor valor en la vida de cada uno y de cada persona.
Creo que como esposos cristianos pueden entender en qué sentido todo esto nos toca profundamente. Se le ofreció la posibilidad de celebrar su matrimonio como un pacto en la comunidad cristiana, como un sacramento, el gran signo que hace que sea eficaz en este mundo el mismo amor de Dios, un amor total, indestructible, fiel y fructífero, como es el amor de Cristo por nosotros.
Y en la celebración de su matrimonio, la comunidad cristiana ha reconocido esta nueva realidad y pidió que la gracia de Dios les acompañara en las alegrías y en las penas de la vida compartida. Cuando se rompe este vínculo, la Iglesia es en cierto modo empobrecida, privada de una señal de debía haber sido brillante, llena de alegría y fuente de consuelo.
La Iglesia se mira en ustedes, y no desde fuera, como quien contempla a quienes no han logrado cumplir el pacto, sino desde dentro, haciéndose las mismas preguntas que ustedes se hacen íntimamente."

                                                CONTINUARÁ...

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