Queridos
amigos:
Hace
unos años, en unas fechas similares a las presentes, alguien me indicaba el
dolor que experimentaba, no por no recibir regalos, sino por no tener a quién
regalar en estas fechas. Es, sinceramente, una de las experiencias de
referencia empática que más me han impresionado en mi vida, de tal manera que
al llegar estas fechas me sobrevuela sin saber cómo evitar el pensamiento
reiterativo. ¿Cómo vivir sin tener a quién hacerle un regalo? ¿Qué significado
tiene una vida que no tenga a alguien a quien agradecer, a quien ofrecer, a
quien regalar...? ¿Cómo no tener a alguien en quién pensar?
Es
por eso por lo que, frente a tantos que reivindican la austeridad extrema en
estas fechas y en la actual situación, siento la necesidad de reivindicar la
oportunidad de un regalo. Un regalo. No olvidemos los regalos. No dejemos de
regalar. Porque un regalo es un don que no busca nada a cambio. Es un gesto de
gratuidad específica de nuestra condición. La gratuidad salvará a la historia.
El egoísmo es la raíz de todo mal; la generosidad es la raíz de todo bien. Por
eso es por lo que hemos descubierto en el gesto de aquellos Magos venidos de
tierras lejanas un referente de espiritualidad cristiana: vinieron de lejos a
adorar, con la gratuidad como bandera, con la generosa intención de regalar oro
incienso y mirra a quien era, en el fondo, el más preciado de los regalos
hechos en la historia: al Salvador del mundo, a Jesús de Nazaret, el más grande
don de Dios.
Hagamos
un regalo como mínimo, sin olvidar que hay mayor gozo en dar que en recibir,
que es muy humana la gratuidad. Y, de paso, hagamos el intento de ofrecer
nuestra vida como el verdadero regalo. Un "ser para los otros".
Felices Reyes.
Con
afecto, y como siempre, un amigo.
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