Queridos
amigos:
La ternura de los días
navideños, pronto se convirtió en crimen desmedido. Nació un Niño para la
salvación, y Herodes condenó al degüello a tantos otros: los inocentes; los
Santos Inocentes. Así fueron las cosas. Así son las cosas: del “Arrorró” tierno
y cálido, al “Run Run” de la sospecha y persecución. Pronto huele Jesús que su
futuro va a estar pintado del rojo sangre del testimonio.
¿Cuanto duramos sentados
alrededor de la mesa familiar sin que suene el run run de la discordia? ¿Cuánto
duran los mesajes de felicitación navideña sin que resume el run run de la
crítica descarnada o el comentario fácil? ¿Cómo prepararle espacio a los
actuales magos de oriente que tal vez escondan en sus cofres dagas de rencor o
sutiles y refinados venenos?
Pidiendo perdón y
acogiendo el perdón. Perdonando. No hay otro camino que convierta el Run Run en
Arrorró. Y cuando está para concluir el ciclo del año civil, a las puertas de
poder decir “Feliz año Nuevo”, toca mirar atrás con deseo de purificar la
memoria empapando en perdón los roces rojos del ayer. Conjugar el verbo a
sabiendas de que es posible: Yo perdono, yo me perdono, tú perdonas, tú me
perdonas.
Porque el perdón es el
acto humano que más nos asemeja a Dios; que más nos acerca a su corazón.
El sonido será de campañas,
doce, que abren como recién nacido un año, como un niño, lleno de vida y
posibilidades. Cantemos al Año Nuevo un Arrorró, que ya llegará el Run Run...
Con afecto, y como siempre, un amigo
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