LOS SANTOS NO DAN MIEDO

Queridos amigos:
Los que saben, los que explican las cosas con exactitud meridiana, nos dicen que el miedo o el temor es una emoción caracterizada por un intenso sentimiento, habitualmente desagradable, ante algo que nos asusta o creemos que nos puede hacer daño. Está provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado. Es, por tanto, una emoción primaria que se deriva de la aversión natural al riesgo o a la amenaza y que se manifiesta tanto en los animales como en los seres humanos. La máxima expresión del miedo es el terror.
Pues eso dicen los que saben. Y lo paradógico es que esta semana, en la que hemos dado comienzo al mes de noviembre, entre puestes de terror burlón, hemos recordados a los nuestros y a los santos. Sí, aquellos que han atrevezado la frontera del susto y de la muerte, y han alcanzado los prados de la paz y del sosiego. Los viejos valientes de aquí que no temieron la ternura de Aquél que venció la muerte con su resurrección y entraron por las puertas gozosas de la vida.
Yo a los santos no les tengo miedo. Yo a los muertos, no les tengo mido. Miedo me dan los vivos, los que somos capaces de generar resentido ánimo guerrillero y estirar el pie para ofrecer la generosa zancadilla tan poco deseable como tan visible. Me dan miedo los que se esconden para que nos sean vistas sus intenciones. Pero los muertos, aquellos que ya no están, aquellos que están en la otra orilla de la santidad ganada, ellos no me dan miedo.

Con afecto, y como siempre, un amigo.

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