«EL MENCEY QUE MIRA AL FUTURO»


En el corazón de San Cristóbal de La Laguna, en una rotonda de la Avenida de los Mneceyes, junto al Museo de la Ciencia y el Cosmo, la figura imponente del Mencey Bencomo se levanta como un testigo de la historia y como una llamada al reencuentro. Su silueta, esculpida en bronce, evoca la dignidad de un pueblo que supo resistir y la memoria de una tierra que aprendió, no sin dolor, el arte de mezclarse. El monumento, obra de José Abad, se alza en la ciudad universitaria no solo como homenaje a un pasado, sino como símbolo de una identidad compartida que sigue buscándose entre las luces del presente.

El Mencey Bencomo, señor de Taoro, encarna en la memoria canaria la fuerza, el valor y la nobleza de los antiguos guanches. Su nombre resuena con ecos de resistencia, pero también de sabiduría. Fue guerrero y líder, pero sobre todo hombre de su tiempo, testigo del choque entre dos mundos que se encontraron y se hirieron al mismo tiempo. La escultura, con su presencia serena y poderosa, nos recuerda que en toda historia hay heridas y reconciliaciones, pérdidas y aprendizajes. Que la identidad no se hereda intacta, sino que se reconstruye, día a día, en el alma de los pueblos. 

Promover la conservación y el conocimiento de este monumento es también un acto de madurez cultural: reconocer en el arte público no solo belleza o memoria, sino un espacio de encuentro ciudadano. Porque el patrimonio no es una vitrina del pasado, sino un espejo que nos interroga sobre quiénes somos y qué futuro queremos compartir. 

Contemplar al Mencey Bencomo en su quietud es escuchar el rumor antiguo de la tierra, el murmullo de los barrancos, la voz de los ancestros que aún hablan desde la piedra. Pero también es descubrir que la historia puede ser contada sin rencor: que recordar no es dividir, sino comprender. Su figura nos enseña que la verdadera fortaleza no está en la victoria, sino en la capacidad de reconciliarse con la propia historia. No hay pueblo digno sin memoria, pero tampoco sin perdón. 

En una sociedad que a menudo polariza y enfrenta, el monumento al Mencey Bencomo puede y debe ser un símbolo de integración. Representa la raíz indígena, pero también el mestizaje que dio forma a la identidad canaria. No hay en él nostalgia de pureza, sino afirmación de mezcla, de encuentro, de vida compartida. La escultura, silenciosa y firme, nos invita a redescubrir la nobleza que sobrevive en toda cultura que se abre al otro sin renunciar a sí misma. 

El arte, cuando alcanza esta hondura, se convierte en pedagogo social. No solo enseña historia, sino que educa la mirada. Nos hace capaces de reconocer en el bronce una palabra, en el gesto un mensaje, en el monumento una lección. Por eso, preservar y poner en valor el monumento al Mencey Bencomo no es un gesto de arqueología sentimental, sino un ejercicio de ciudadanía: cuidar lo que nos dice quiénes somos y, sobre todo, quiénes podemos llegar a ser. 

Que su figura, erguida entre el pasado y el porvenir, siga recordándonos que la historia de Canarias -como toda historia humana- solo puede comprenderse plenamente cuando se mira con ojos reconciliados. Porque el bronce del Mencey no solo mira hacia atrás, sino también hacia adelante: hacia una sociedad que, consciente de sus raíces, camina con dignidad hacia el futuro.

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