«GRECIA Y EUROPA: ¿QUIÉN LE DEBE A QUIÉN?»


Europa acusó a Grecia de ser un lastre durante la crisis financiera del 2008. Se hablaba de rescates, de deuda impagable, de ajustes. Los números parecían decirlo todo: Grecia debía. Y, sin embargo, esa mirada contable -necesaria, por otra parte- ignoraba una verdad más honda: ¿quién le debe realmente a quién? 

Porque sin Grecia, Europa no existiría como la conocemos. Tampoco sin Roma ni sin la tradición judeocristiana. Allí nació la democracia como experiencia comunitaria, la filosofía que enseñó a preguntar y a pensar, la tragedia que nos mostró la grandeza y la fragilidad del ser humano. A Grecia le debemos el alfabeto de nuestra identidad cultural. 

Pero Europa no se explica sólo desde Grecia. El cristianismo, con la novedad radical del Evangelio, trajo la afirmación de la dignidad de toda persona, creada a imagen de Dios e inviolable en su libertad. Y fue precisamente en el diálogo fecundo entre el helenismo y el cristianismo donde Europa halló su alma más profunda: la razón abierta a la fe, y la fe enriquecida por la razón. 

De esa síntesis nació la noción de persona, que supera al mero ciudadano de la polis; la idea de derechos humanos universales, que trascienden las fronteras de los pueblos; y la convicción de que la justicia y la caridad no pueden separarse. Grecia aportó el logos y la pregunta, el Evangelio aportó la esperanza y la respuesta: todo ser humano tiene un valor infinito. 

La paradoja de nuestra Europa es que, mientras presume de democracia y derechos humanos, olvida la deuda cultural y espiritual que tiene. Reducimos la deuda a cifras y balances, mientras olvidamos que la verdadera deuda es de gratitud y coherencia: vivir a la altura de lo que hemos recibido. 

Canarias, como frontera europea, encarna hoy esta tensión. Aquí llegan migrantes que buscan futuro, igual que ayer lo hicieron en las islas griegas. Y es precisamente en las fronteras donde se pone a prueba la verdad de nuestra herencia: ¿seguimos creyendo en la dignidad sagrada de cada ser humano, o preferimos blindarnos tras muros de indiferencia? 

España misma conoce la dificultad de mantener viva esta herencia. No se trata de cuentas pendientes en los mercados, sino de cuentas abiertas con nuestra memoria histórica, con nuestros pueblos, con los más vulnerables. La deuda auténtica no se paga con dinero, sino con respeto, acogida y justicia. 

Tal vez Grecia deba euros a Europa, pero Europa le debe a Grecia siglos de cultura y le debe al Evangelio su alma más honda. Sin esa doble raíz, la democracia se convierte en mero procedimiento y los derechos humanos en eslogan vacío. La verdadera insolvencia no es económica, sino espiritual: olvidar quiénes somos y qué hemos recibido. 

Estoy preparando la maleta para un viaje -corto pero profundo- a Grecia. Y mientras coloco las cosas más sencillas, pienso en lo que allí me espera: no sólo ruinas y columnas, sino la memoria viva de lo que somos. En cada piedra, la pregunta por la justicia; en cada templo, la intuición de lo eterno; en cada plaza, la resonancia de una palabra que aún nos convoca: democracia, persona, dignidad. Grecia no es un museo del pasado, sino un espejo en el que Europa vuelve a mirarse, quizá para recordar que la deuda más alta no se mide en monedas, sino en sentido.

Comentarios

  1. Un escrito maravilloso y valiente. Seamos agradecidos y justos con la historia, con nuestro pasado y nuestras raices

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