«EL PARIPÉ DEMOCRÁTICO»


Dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua española que paripé es el fingimiento, la simulación o un acto hipócrita. Algo así parece que ha ocurrido en la aparente acción democrática electoral en Rusia. Nos queda lejos para saber con exactitud qué ha ocurrido y cómo ha ocurrido; pero lo que los medios nos ofrecen son unas elecciones en las que solo hay un candidato de las mismas. Los candidatos de la oposición, al parecer, o están en la cárcel o han tenido un grave accidente en el que han perdido la vida. Si esto es así, a esta acción democrática que fueron las elecciones presidenciales, le cabría el calificativo de paripé.

La democracia se escribe con las iniciales de la participación. Democracia y participación se exigen mutuamente. No hay democracia sin participación. Y la participación es un acto que nos es exigible a todos. La democracia no es un acto, es una actitud social que garantizan las leyes. Uno no es demócrata porque participe en las elecciones, sino porque posee una actitud de participación en la vida pública. Y la participación va más allá de un día y nos pide actuar de tal manera que lo que hagamos siempre contribuya a la construcción del bien común de la sociedad.

En cada rincón de nuestro país, en callejón adoquinado o en bulliciosa plaza, palpita el corazón de la sociedad, un corazón que late al ritmo de las voces de aquellos que se atreven a levantar la mirada y alzar la voz en nombre del bien común. Imagina por un momento las calles de nuestra ciudad como arterias que nutren el alma colectiva, donde cada ciudadano es una célula vital, eslabón imprescindible en la cadena que nos une como comunidad. ¿Acaso no es nuestra responsabilidad, nuestro deber sagrado, velar por el bienestar de esa comunidad a la que pertenecemos? En cada gesto de solidaridad, en cada conversación que fomenta el entendimiento, en cada acto de participación cívica, tejemos el tapiz de la sociedad en la que deseamos vivir.

No subestimemos el poder de nuestra voz, ese instrumento que puede resonar en los salones del poder y en los rincones más remotos de nuestro vecindario. En tiempos de incertidumbre y desafíos, es aún más vital que nos alcemos como guardianes de la justicia y la equidad, dispuestos a desafiar la indiferencia y la apatía con el fuego ardiente de la participación activa. Al sumergirnos en la vida pública, no solo nos comprometemos con el presente, sino que también sembramos las semillas del futuro.

No importa cuán modesta pueda parecer nuestra contribución; en el tejido social, cada hilo cuenta. Desde el simple acto de emitir nuestro voto en las elecciones hasta el compromiso constante con causas que nos apasionan, cada acción es un faro que ilumina el camino hacia un mañana más justo y próspero.

Entonces, alzad la voz, ciudadanos del mundo, y sumergíos en el torbellino de la vida pública. Que vuestras ideas sean las brújulas que guíen nuestros pasos, que vuestras acciones sean los pilares sobre los cuales edifiquemos un futuro digno de nuestros sueños más elevados. En la sinfonía de la sociedad, que vuestra voz sea una nota resonante, un eco de esperanza que inspire a otros a unirse al coro de la participación ciudadana. Porque juntos, unidos en el propósito común de construir un mundo mejor, somos imparables. Todo lo demás es un simple y vil paripé.

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