«TENER ANCLA NO ES ESTAR ANCLADO»



Nada que ver. Entre la seguridad estática y rígida del anclado, y la apertura esperanzada de quien descubre el ancla, el sentido de su vida, hay un abismo de distancia. Y es que no puede ser de otro modo si no queremos dejar de ser personas humanas. Estar anclados es renunciar a lo que nos hace ser: somos seres de encuentro, siempre por construir, que evolucionan en medio de una realidad compleja. Y esa complejidad es la que da sentido a nuestro esfuerzo creativo. Nadie anclado, nadie estático, siempre llendo más allá, construyendo futuro juntos. Como una semilla: Encerrada en su cáscara, podría considerarse segura, protegida de los elementos externos. Pero esa seguridad es estática, un encierro que le impide desplegar su potencial, convertirse en el árbol que está llamada a ser. Solo cuando se abre a la tierra incierta, cuando confía en la luz que aún no ve y en la lluvia que la transformará, es cuando la semilla encuentra el verdadero sentido de su existencia. Así somos nosotros: la seguridad rígida nos paraliza, mientras que la apertura confiada en el ancla de nuestra fe nos impulsa a crecer, a florecer en medio de la complejidad de la vida, construyendo juntos, con la fuerza de la esperanza, un futuro que aún no vemos pero que sabemos posible en el Señor. 


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