Hay un tema que no podemos perder de vista: la dignidad del trabajo. El trabajo es esencial para la dignidad humana. Cualquier forma de trabajo que degrade o explote a la persona debiera ser inaceptable. Para los creyentes, incluso, el trabajo es una forma de participar en la creación de Dios y en la contribuir al bien común. El trabajo es una manera extraordinaria de desarrollo personal, en el que la inteligencia y la creatividad se hacen presentes y crecen. Estar sin hacer algo, mano sobre mano, entretenidos con alternativas adictivas, degrada la grandeza de lo humano. No nos debe tranquilizar que existan amortiguadores sociales que garantices subsidios p
ara quienes no tienen trabajo. Más es que nada. Pero es una solución a las necesidades materiales, no es una solución para el desarrollo integral de la persona.
ara quienes no tienen trabajo. Más es que nada. Pero es una solución a las necesidades materiales, no es una solución para el desarrollo integral de la persona.
El Catecismo de la Iglesia Católica (1995), en sus enseñanzas sobre el séptimo mandamiento -No robarás-, aborda el tema de la justicia social y de la actividad económica, subrayando que el trabajo humano es un derecho fundamental y un medio esencial para la realización personal y el bien común. En este contexto, enfatiza la necesidad de salarios justos, condiciones laborales dignas y el respeto a los derechos de los trabajadores, condenando cualquier forma de explotación o precariedad que atente contra la dignidad inherente de la persona humana. Un derecho y un medio. Los medios ofrecen la posibilidad de alcanzar un determinado fin que, en este caso, es el desarrollo integral. No hay desarrollo ni felicidad real sin acceso al mercado laboral.
Es importante preguntarle a los jóvenes lo que les duele. O sea, lo que les preocupa. La precariedad laboral se debe articular en torno a la defensa de la dignidad intrínseca del trabajo humano, entendida no solo como medio de subsistencia, sino como expresión de la realización personal y la participación en el bien común. Es inevitable una crítica a los modelos económicos que priorizan la maximización de beneficios sobre la justicia social, generando condiciones laborales precarias y explotadoras. El trabajo, cuando se entrelaza con la gramática de la gratuidad, trasciende la mera transacción económica, convirtiéndose en un acto de amor que construye puentes de solidaridad y esperanza.
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