«PENSAR, SENTIR, ELEGIR, VIVIR»


No es lo mismo buscar con la mirada otro lugar que buscar un lugar otro. En este caso, el orden de los factores sí altera el producto. Un lugar otro puede ser el mismo lugar descubierto de otra manera, con otra fuerza o sentido. Podemos pasar por la misma calle una y mil veces, pero “(…) cuando pasé contigo, de la mano, era una calle distinta”, diría un poeta enamorado. De algún modo, somos quienes damos sentido a la realidad o, tal vez, la realidad es capaz de dar más de sí cuando la inteligencia que la percibe late con los sentidos. Este bolígrafo es un bolígrafo y tú lo miras como lo que es: un bolígrafo, hasta que te cuento que fue con el que se firmó el acta de defunción de mi padre. En ese momento, sin dejar de verlo como lo que es, es ya un bolígrafo distinto a cualquier otro, es un bolígrafo otro. Valga este sencillo ejemplo que esgrimo para entender que la realidad da siempre mucho más de sí que lo que un análisis material-científico es capaz de afirmar. Las cosas gritan. Y la educación es la capacidad de leer la realidad en sus múltiples formas de comunicarse con nosotros. 

Cuando se produce el salto que va de un mero objeto a un ámbito de encuentro, la realidad avanza de lo que se piensa a lo que se siente. Pensar y sentir no son momentos distintos o distantes en la cronología del análisis de lo real. La inteligencia que siente es la que descubre en las cosas y seres ámbitos de encuentro y de diálogo. Y, si esto es válido siempre, cuando se trata de un otro como yo, otra persona, el encuentro hace posible el descubrimiento del valor inmerecido del diálogo que nos construye: el asombro de la unidad. Entonces, lo que se descubre como valioso se convierte en objeto de elección. Y del pensar, hemos pasado al sentir y al elegir como trilogía y fundamento de la creatividad y la excelencia ética. Ya solo nos resta descubrir que esta mirada a la realidad otra, a la otredad de lo real, tiene sentido. Y surge la vida. 

Pensar, sentir, elegir y vivir. Cuatro niveles de realidad en los que necesitamos ser educados y nos conviene aprender. ¿Para qué sirve conocer la complejidad de la materia, el primer nivel científico del conocimiento objetivo, si la vida se nos escurre entre las manos sin sentido? No habrá un buen sentido, por otro lado, en nuestra vida si no pisamos firme y con asombrada curiosidad, en ese nivel primero y básico; pero si no avanzamos, si no ascendemos, si no construimos un itinerario que nos haga descubrir la belleza de elegir y de vivir, nos perderíamos, en el fondo, de la realidad que creemos conocer. 

El arte, la literatura y la música, desde una perspectiva objetiva, son experiencias inútiles si la realidad para nosotros está edificada sobre el control del nivel de los objetos. Tal vez, convirtiéndola en negocio, tenga una valoración distinta. Pero ya no se valorará lo que tiene de arte, de literatura o música, sino lo que tiene de bien de intercambio y de dominio. Solo el asombro de lo bello es capaz de descubrir el valor de lo que no tiene precio. Entonces, se descubre el valor de la vida que, sin duda, es de las realidades cuyo precio es imposible.

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