«MORIR DE TRISTEZA»


Gabriel García Márquez hace el siguiente diagnóstico literario: “Feliza Bursztyn murió de tristeza a los 48 años”. Se trataba de una escultora colombiana en el exilio, y su intención no era hacer un diagnóstico médico de su muerte, sino—como reclama Juan Gabriel Vásquez—un diagnóstico de novelista. Porque un novelista ofrece lo real en una forma distinta. No le interesa la causa material de lo que ocurre, sino la fuerza espiritual que aquello reclama. Morir de tristeza es posible, como lo es morir de soledad envejecida. La tristeza es una de las enfermedades más graves que puede padecer el ser humano. 

Esta expresión no nos resulta extraña a los cristianos. La hemos escuchado muchas veces cuando hemos hecho la experiencia espiritual de acompañar el último día de vida de Jesús, envuelto en pasión, traición y muerte, recorriendo el Vía Crucis. En el Huerto de los Olivos dijo a Pedro, Santiago y Juan: “Me muero de tristeza. Quedaos y velad conmigo” (Mt 26,38). Morir de tristeza es esa inquietante expresión con la que iniciamos este tiempo de Cuaresma. Es posible morir de tristeza. 

La tristeza es una emoción humana básica que surge como respuesta a la pérdida, el dolor o la frustración. Se manifiesta en el ánimo decaído, el llanto, la introspección y, en algunos casos, la falta de energía o motivación. Aunque puede ser difícil, también cumple una función adaptativa, ayudando a procesar experiencias y promoviendo la búsqueda de consuelo y cambio. Morir de tristeza es una expresión literaria que simboliza el impacto profundo del dolor emocional, representando una pena tan intensa que consume la vida. Puede aludir a la desesperanza extrema, al abandono de la voluntad de vivir o incluso a un destino trágico en la narrativa. 

Aunque morir de tristeza evoca un profundo dolor, puede encerrar un destello de esperanza en la idea de que el amor, los lazos afectivos o los ideales son tan significativos que su pérdida afecta hasta lo más profundo del ser. Es la forma literaria de afirmar que “solo se valora la salud cuando se pierde”. Las pérdidas que provocan tristeza están gritando que algo tiene valor. También puede sugerir que, incluso en el sufrimiento, la vida tuvo un sentido pleno, pues se amó intensamente. En algunos contextos, esta expresión apunta a la posibilidad de redención, reencuentro o trascendencia más allá del dolor. Por eso, quisiera ver en la expresión de García Márquez un grito de esperanza. Alguien se dio cuenta de que la escultora colombiana murió de tristeza. 

La tristeza es la consecuencia de un drama. La tragedia no produce solo tristeza, sino angustia. El drama es la tragedia a la que aún le queda esperanza. Cuando muere la esperanza, solo queda tragedia. La tristeza es el eco de un drama aún inconcluso, la herida que duele porque sigue latiendo la posibilidad de un alivio. La tragedia, en cambio, asfixia, clausura todo horizonte y deja solo la angustia de lo irremediable. Mientras la esperanza persista, incluso en su fragilidad, el drama se mantiene abierto, con sus sombras, sí, pero también con la promesa de un amanecer. Solo cuando la esperanza muere, el drama se desmorona en tragedia, y la vida, privada de su luz, queda atrapada en la noche cerrada de la desesperanza. 

Podemos ser siempre peregrinos de la esperanza.

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