En está cuaresma, que como siempre comenzamos el Miércoles de Ceniza, se nos ha invitado a colocar cerca del altar de nuestros templos un ancla, símbolo de la esperanza que, en este año jubilar, será motivo permanente de reflexión y súplica. Un barco sin ancla está, de alguna manera, al ritmo de la corrientes y las olas; el ancla ofrece estabilidad y fijeza. No nos dejamos de mover y hasta de soportar la perplejidad de las posibles tormentas, pero con un ancla mantenemos la posición. No andamos a la deriva. Está imagen es la que les propongo para esta semana. Pongámosle un ancla adecuada a nuestro peregrinar. Intentemos en este tiempo cuaresmal ubicar dónde está el lugar, la posición, la dinámica estabilidad de la confianza en Dios. Caminamos en esperanza. Y, ciertamente, Dios nos ha regalado, como diócesis, motivos de fuerte esperanza. La debilidad de un Papa nos ha regalado la juventud de un Obispo. Tenemos a Cristo en el horizonte. Tenemos ancla.
En está cuaresma, que como siempre comenzamos el Miércoles de Ceniza, se nos ha invitado a colocar cerca del altar de nuestros templos un ancla, símbolo de la esperanza que, en este año jubilar, será motivo permanente de reflexión y súplica. Un barco sin ancla está, de alguna manera, al ritmo de la corrientes y las olas; el ancla ofrece estabilidad y fijeza. No nos dejamos de mover y hasta de soportar la perplejidad de las posibles tormentas, pero con un ancla mantenemos la posición. No andamos a la deriva. Está imagen es la que les propongo para esta semana. Pongámosle un ancla adecuada a nuestro peregrinar. Intentemos en este tiempo cuaresmal ubicar dónde está el lugar, la posición, la dinámica estabilidad de la confianza en Dios. Caminamos en esperanza. Y, ciertamente, Dios nos ha regalado, como diócesis, motivos de fuerte esperanza. La debilidad de un Papa nos ha regalado la juventud de un Obispo. Tenemos a Cristo en el horizonte. Tenemos ancla.
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