La espera y la esperanza no son exactamente lo mismo, pese a su raíz etimológica. La espera es una acción, la esperanza una actitud. Se espera lo que está por llegar, pero la forma de nuestra esperanza, la raíz motivacional de ponernos a la espera, la fuerza actitudinal con la que activemos la espera es harina de otro costal. Un pesimista y un optimista, ambos, pueden esperar. La botella puede verse medio llena o medio vacía dependiendo de la perspectiva de la mirada. La esperanza es una llama que arde en medio de la vida entendida como promesa. Tal vez la depresión tenga que ver más con la falta de esperanza que con el olvido de que algo está por llegar siempre. Tal vez la falta de esfuerzo y actitud creativa en nosotros tenga mucho que ver con la falta de esperanza. La pregunta es la clave: ¿Se educa la esperanza? ¿Cómo se educa? Está claro que, como virtud fundamental, nadie la puede enseñar; la debemos descubrir. Pero ¿quién nos ayuda a hacer este camino de sano descubrimiento? Creo que se trata de contagio. Solo las personas esperanzadas contagian esperanza. Solo quienes han hecho el camino de descubrir el sentido de su vida pueden invitar serenamente a quienes buscan o despertar la búsqueda en los quietos que solo esperan a que amanezca otro nuevo día.
No me canso de repetirme últimamente la frase de Václav Havel: “La esperanza no es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, independientemente de cómo resulte”. Y me la repito convencido de que no todo sale bien; que intentamos, una vez y otra vez, conquistas frustrantes, acción equivocadas, propuestas infructuosas… Que salimos al camino de nuevo con pretendidos deseos de logro y regresamos a casa vacíos de resultados. Pero lo que tiene sentido es esa loca respuesta vocacional a ser constructores de posibilidades, buscadores insatisfechos, diseñadores creativos de posibilidades nuevas. Todo tiene sentido porque, en la dinámica del ensayo-error, el aprendizaje nos fortalece. Y porque en este camino de novedad permanente no estamos solos. Hay un amor más grande que nos acompaña cada vez que volvemos a contemplar la luz del sol.
Hay una pregunta básica que hacerle a la persona que está delante: ¿qué te duele? Porque a todos nos duele algo. Y el esfuerzo de cambiar de postura buscando el alivio -y no solo hablo de dolores físicos- es semilla de esperanza. Podemos añadir otra pregunta: ¿Tú que esperas? ¿Cómo esperas? Y en la ayuda de recorrer el camino de esas respuestas se atisba el verdadero horizonte de la esperanza. Si la espera está al nivel de los objetos, de las cosas que se usan y que vienen y se van como todos los objetos tangibles, la espera es de corto recorrido. Si lo que espero habita otros ámbitos de encuentro y diálogo, de desarrollo personal y gozo creativo, hace falta andar más lejos y es más necesaria la actitud de la esperanza.
No se trata de esperar mi turno; se trata de saber que tiene sentido que estemos en la cola. No se trata de soportar la vida, sino de vivirla sabiendo de dónde venimos y a dónde vamos. Qué bueno que nos inviten a ser peregrinos de la esperanza.
GRACIAS, por esta gran , reflexion, e importante , saber dicernir , entre una y otra...
ResponderEliminarUna, te puede llevar, a la inquitud, desasociego...
Y, LO PEOR, NO SABER ACEPTARLA.
Mientras que la otra....cuando la comprendes .
1/ Aceptarla....
2/ LA VOLUNDAR DE DIOS , SABER ESPERAR....Y ESCUCHA...CON " FE" QUE LLEGARÁ...
CUANDO , DIOS , VEA QUE ES LO MEJOR , PARA TI !!!!
GRACIAS...!!!