El cambio climático es una realidad que nos afecta a todos, pero sus consecuencias no se distribuyen de manera equitativa. En diferentes partes del mundo, las personas se ven obligadas a abandonar sus hogares y buscar nuevas oportunidades de vida debido a los desastres naturales y la escasez de recursos. La película de animación "Mariposas negras" –Premio Goya 2025 del garachiquense David Baute- nos presenta la historia de tres mujeres que se ven afectadas por el cambio climático y se ven obligadas a migrar. Cada una de ellas proviene de un lugar diferente del planeta, pero comparten la misma experiencia de perderlo todo debido al calentamiento global. A través de sus historias, la película nos invita a reflexionar sobre las consecuencias del cambio climático y la necesidad de tomar medidas urgentes para proteger nuestro planeta y a las personas que lo habitan.
Estaremos más o menos de acuerdo con el argumentario, pero nadie puede dudar de la movilidad humana que se viene produciendo y de la que somos testigos directos los canarios. Nadie deja su tierra por capricho. Nadie abandona su familia y su tierra por un impulso aventurero. Siempre hay una necesidad detrás y siempre se viste de negro la mochila de dificultades que produce este tipo de migraciones humanas. Lo que digo, si es verdad, y si la causa está en el origen del que saltan las mariposas y no en el brillo vaporoso de su destino, el esfuerzo de atender esta situación debe combinar la acogida debida y la solución de sus causas. No suelo escuchar mucho hablar de la condonación de la deuda experta de los países en vías de desarrollo. La alternativa no deja de ser la limosna del primer mundo sobre los decimales del 0,07 % del PIB. Una limosna que no soluciona nada.
El peso de la deuda externa sobre los hombros de las naciones en desarrollo es un yugo que ahoga sus posibilidades de progreso. Como una losa de piedra que impide el vuelo, esta carga financiera perpetúa la desigualdad y la injusticia, impidiendo que millones de personas alcancen su pleno potencial. El Papa Francisco, con su voz profética y su corazón compasivo, ha alzado su voz en repetidas ocasiones para denunciar esta situación. En sus palabras resuena el eco de los marginados, de aquellos cuyas vidas se ven truncadas por un sistema económico que prioriza el beneficio por encima de la dignidad humana.
El perdón de la deuda externa no es solo un acto de caridad, sino un imperativo ético. Es una cuestión de justicia, de reconocer que todos los seres humanos tienen derecho a una vida digna, a la educación, a la salud, a un futuro de esperanza.
Aligerar la carga de la deuda permitiría a los países en desarrollo invertir en su gente, en su infraestructura, en su educación. Liberados de la opresión financiera, podrían desplegar sus alas y volar hacia un futuro más próspero y justo. No se trata de un simple acto económico, sino de una transformación social. Es un cambio de paradigma que nos invita a repensar nuestras prioridades, a poner en el centro a la persona humana y su bienestar. El perdón de la deuda externa es un camino hacia la justicia, la equidad y la fraternidad. Es una oportunidad para construir un mundo donde todos tengan la posibilidad de vivir con dignidad, donde la solidaridad y el amor fraterno sean los pilares de nuestra convivencia.
Tal vez se podrían vestir de color las mariposas si no estuviéramos tan ciegos.
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