«MIRAR Y ESCUCHAR CON SENTIDO COMÚN»


La semana pasada participé en una conversación en la que una de las interlocutoras era hija de padres sordos. Ella es oyente pero aprendió el lenguaje de signos desde la cuna y poseía una perspectiva de la situación de las personas sordas muy interesante por personal. En la conversación -el grupo era bastante amplio- apareció la comparativa entre las personas que carecían de una capacidad auditiva o visual. El oído y la vista; dos sentidos con perspectivas de dificultad diferentes para el desarrollo personal y la inclusión social. En muchos sentidos es más difícil incorporarnos a la vida social siendo sordos que siendo ciegos. Y no porque la vista sea mas importante, sino por la importancia que tiene el oído que amortigua la carencia de los ciegos. Fue una interesante conversación cargada de experiencia vital por quienes participaban en ella y las experiencias que compartían: no hablaban de teorías. 

Recordaba aquella frase del evangelista Juan, al final del evangelio, cuando señala que “de lo que hemos visto y oído damos testimonio”. Es como decir que no anunciamos teorías o especulaciones, sino lo que los sentidos nos han mostrado, lo tangible y perceptible. No es suficiente con ver algo. La insuficiencia la expresa perfectamente el dicho de que “las apariencias nos engañan”. La vista es insuficiente. Nos hace falta escuchar también para captar la amplitud de lo real. Mejor, la totalidad de los sentidos son precisos para entender y captar la verdad, sin olvidar la importancia, tantas veces olvidada, del sentido común. Ese crisol de comprensión de la realidad que sintetiza intelectivamente lo que todos los sentidos nos ofrecen. 

Por poco atentos que estemos al acontecer ordinario de la vida social, no se nos escapa que, últimamente, teniendo tantos medios de información y comunicación, hay un exceso de ausencia de sentido común. Hay cegueras obsesivas y sorderas compulsivas. Hay quienes ni sienten ni padecen ante las tragedias presentes delante de sus narices. Hay cegueras fanáticas y sorderas de acriticidad. Pareciera que carecemos del más mínimo y común sentido de la proporcionalidad y de la historicidad. Nos dejamos engañar con una simplicidad inaudita, aunque pasen ante nuestros ojos situaciones evidentes y escuchemos de manera reiterada mentiras como castillos. Ojos que no ven y oídos que no escuchan, aunque la realidad sea brillante y el gruñido ensordecedor. 

Hace falta que escuchemos con las entrañas. Hace falta una mirada visceral. Viene bien volver a la distinción entre ver y mirar; entre oír y escuchar. Hay que hacer una opción por la competencia. Ver y oír son capacidades; mirar y escuchar es una competencia que aprendemos y que exige nuestra positiva intervención. Nuestra intención consciente. Exige que estemos atentos y que queramos percibir, dejándonos afectar por la realidad que atraviesa nuestros sentidos. Tal vez los padres de aquella muchacha no podían oír, pero supieron escuchar y responder a las necesidades educativas de sus hijos. El sentido común suplió, con creces, la incapacidad del sentido auditivo. 

Los educadores deben alcanzar esa competencia extraordinaria que les hace percibir más allá de lo que ven con la ternura forense de quienes alcanzan el bien integral de los suyos. No es buscar la quinta pata del gato o la pulga sospechosa detrás de cualquier oreja. Se trata de educar la sensibilidad y aplicarle el sentido común. Ese sentido que ella reconocía que poseían sus padres desde un agradecimiento por la educación que le dieron a pesar de su carencia. 

Tal vez, en una conversación de sobremesa, si estamos atentos y somos competentes, aprendemos mas de lo que es imaginable. La vida nos enseña en cualquier esquina y de cualquier manera. Solo es necesario que estemos atentos. Es lo que suele considerarse “la universidad de la vida” que enseña de manera informal lo que el aula pudiera hacer de manera formal. 

Mirar y escuchar con sentido común.

Comentarios

  1. Gracias por compartir esta experiencia, reflexión e invitarnos también a la toma de conciencia y recapacitar sobre nuestra intervención en lo cotidiano y cómo nos vamos dejando arrastrar por la inmediatez en la que estamos sumidos, muchas veces sin pensar, sin sentir y sin mirar más allá. El ámbito laboral en el que desarrollo mi actividad laboral, requiere de todo lo humano posible y, sin embargo, muchos días tengo la sensación de que hemos dejado de ver a las personas para ver simples trozos de carne o números. Y además, es de parte a parte; desde la parte asistencial así como desde la parte atendida, es decir, del profesional al usuario y viceversa.

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