EL TRIÁNGULO INVERTIDO



La primera vez que escuché la expresión triángulo invertido fue en el marco de un análisis sociológico sobre el descenso de la natalidad y el envejecimiento de la población. Posteriormente me he ido enterando de que es una idea simbólica que se utiliza para describir proyectos económicos o de empresa, también para describir la dinámica del enamoramiento como experiencia inicial de comunicación interpersonal, entre otros sentidos posibles. Como las cosas son así y parece que sirve para todo, he decidido usarlo para una experiencia personal que últimamente recorre algunos rincones de mi vida: el fallecimiento de la esposa de un hermano de mi abuela.

Las familias suelen mantener el vínculo amplio porque algún miembro ocupa el lugar del vértice de un triángulo y sostiene, de algún modo, el sentido de pertenencia y la búsqueda de momentos de encuentro en razón de ese vértice significativo que aglutina a quienes ya van conformando unidades familiares autónomas con sus preocupaciones y desarrollos particulares. Eso nos ha ocurrido con estos tíos de mi madre. Volver a vernos porque ellos cumplen años, con ocasión de algún evento significativo en razón de su verticidad –valga el palabro- significativa. Pero los años pasan y la muerte no perdona a nadie. Y aunque sea con la longevidad de una vida nonagenaria, el vértice del triángulo se desvanece. Y lo que era ocasión de sentir cercano el vínculo, se desmorona inevitablemente. Si el triángulo es invertido y ese vértice es su sostén y apoyo, con la afectación del mismo todo el triángulo parece desaparecer. La conciencia de pertenencia pasa a buscar vínculos más cercanos: otros pequeños triángulos más mínimos.

Eso nos ha pasado en la rama materna de la familia a la que pertenezco. Es una pérdida importante. Porque es normal que el horizonte amplio de una conciencia familiar extensa se estreche cuando se evapora la comprensión de ese árbol genealógico que hacemos mentalmente como esqueleto de pertenencia ancestral. Es normal, pero es una pena que así sea: una penalidad normalizada por lo inevitable. Es difícil ya darle la vuelta al triángulo y poner de plano la base y buscar un argumento que solidifique la posibilidad de mantener el vínculo. Será, si quiera, la memoria la que nos haga evocar momentos del pasado y revivir recordando –volviendo a pasar por el corazón, por respetar su etimología- aquellos preciosos momentos familiares amplios.

La esquina del triángulo se ha derretido por el paso del tiempo. Y quedan los recuerdos. Y la intención de no dejarnos de ver en alguna ocasión. Por algún motivo. Tal vez sea otra muerte, otro zarpazo de lo inevitable que os haga pasar un rato en un tanatorio recordando el eco de otros tiempos en los que había otros vínculos, otros vértices, otra dimensión triangular de una realidad hermosa que llamamos familia. Las cosas son como son.

De lo que deduzco la importancia de aprovechar la ocasión de hacer experiencias fuertes en el presente familiar para no vivir de meros recuerdos de pasados idealizados. Aprovechar el presente y sentir apasionadamente las pequeñas pertenencias a las que tenemos la suerte de vincularnos por los lazos de la sangre. Hacer que la geometría de figuras entre en la memoria por la puerta del amoroso vínculo de sabernos familia. Acrecentándolo por el poder invisible de la fraternidad. Siempre aparecerá una esquina significativa. Siempre será posible mantener la ocasión de sabernos vinculados. Porque no hay experiencia peor para una sociedad humana que la enfermedad de la desvinculación. Sin ese colchón familiar amplio, de alguna forma, todos seremos migrantes desarraigados en un mundo hostil.

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