La Carta de la semana (23/06/2016): "TÍA JUANITA Y SUS 90 AÑOS"


La rama longeva de mi familia es la envidia de todos. Nos estamos acostumbrando a celebrar el noventa aniversario de aquellos que disimulan su juventud detrás de una tarta con esos dígitos encendidos. Porque no sólo nos sorprenden tantos años en sus vidas, sino tanta vida en esos años. Longevidad vital, no sólo cronológica. El testimonio de que, aún después de muchos años, mirar con la frescura y la ternura de la juventud, sigue siendo posible. Ese matrimonio nonagenario mantiene la complicidad en su relación sesentaitrés años después de haber decidido caminar juntos en la misma dirección, convirtiéndose en hogar de amor y vida. Sin duda, estos acontecimientos deberían ser “portada” en los telediarios y en las ediciones de prensa, porque son del todo contraculturales, y una provocación real de que es posible otra manera de ser y de vivir que nos hace bien a todos.


Ayer me preguntaba cómo se puede alcanzar esa estatura sin que el amor se desgaste y la ternura se apague. Lo que hace posible ese aparente milagro no es sólo el carácter de las personas, como si no tuvieran responsabilidad personal en ello y se tratase como del color de los ojos o la calvicie. Ellos son así, porque les tocó en suerte ser así… No creo que sea tan fácil y simple la justificación. Porque incluso el carácter es heredero de nuestras decisiones y modificable por nuestra forma de vida. Son así, además de por sus componentes genéticos, porque han decidido vivir así. Y esa decisión, cocinada a fuego lento, hoy es testimonio digno de ser reconocido.

Ellos son así, porque han querido ser así; y esa decisión ha sido buena decisión.

Los valores que se esconden a simple vista deben ser explicitados. Porque si todo anciano es una biblioteca, y cuando fallece un anciano ésta se incendia y se pierde, hace falta digitalizar la memoria para que las cenizas del incendio no arrastre aquellos bienes de los que debemos ser herederos. Y mirar con reverente espíritu lo que se esconde detrás de esa forma de vida.

Considerar al otro como objeto merecedor de nuestro aprecio y preocupación. Ser siempre acogedor sabiendo que el bien ajeno es el objetivo. Ser tan discretos como respetuosos con las decisiones ajenas. Predicar más con el ejemplo que con innecesarios discursos y consejos. Actuar con afecto y acogida. Tener paciencia y ocuparse de las cosas sin preocuparse por ellas. Preguntar, felicitar, interesarse por los demás. Saber jugar como niño, llorar como adolescente y abrazar como adulto. Siempre, sin jamás dejar de tener el en recuerdo el bien que otros nos hacen. 

Y así, sin decirlo mucho, convertirse juntos en un evangelio viviente.

Comentarios

  1. Artículo entrañable, D. Juan Pedro.¡Que suerte poder tener una "Tía Así" son personas sabias, con sabiduría de corazón y enciclopedias sobre el "saber de la vida" Muchas gracias: Feliz y santo fin de semana. Un abrazo

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