La Carta de la Semana (19/05/2016): "LA MIRADA DEL ABUELO"

He tenido la dicha de conocer a mis abuelos, tanto paterno como materno. Soy de la generación que vio por primera vez en TV a aquel señor de barba blanca, solitario en las montañas de los Alpes, de cara seria y afecto disimulado, al que Heidi llamaba "el abuelo". Soy de la generación que escuchó la voz joven de Alberto Cortés narrar que "el abuelo un día salió de Galicia" hacia un mundo nuevo lleno de esperanzas. El abuelo, los abuelos, esa grandiosa presencia que recordamos los nietos que hemos tenido la dicha de contemplar su mirada. Pedro y Cristobal se llamaban los míos...

Tal vez ha sido por la lógica natural de la vejez y la muerte, que nos ha cortado siempre más a prisa de lo que deseábamos nuestra relación con ellos, por lo hemos creado esa idealización extraordinaria de sabio y tierno, y se la hemos atribuido a nuestros abuelos. Porque las abuelas han sido más similares a nuestras madres, más jefecillas y organizadoras de nuestras meriendas y cenas, pero los abuelos eran una mirada de cariño. Entre el temor y la ternura, como Heidi, revoloteábamos alrededor de nuestros abuelos. Ellos orgullosos de nosotros viendo en nuestra cara el eco de sus hijos, y nosotros queriendo jugar como niños con su vejez cansada. Tal vez fuimos la última ilusión de su edad, la señal de que la vida continuaba y que la suya tuvo sentido. 

La semana pasada nos sorprendió una dirigente política española hablando de la maternidad y paternidad compartida, y la educación de los hijos como responsabilidad de la tribu, como ocurre en tantas manadas en las que los hijos son hijos del grupo, alimentados y defendidos por todos sus miembros. Quiero entender que su intención no es destruir la estructura de la familia, sino ampliar la responsabilidad de todos en orden a las futuras generaciones. Quiero entenderlo así, aunque considero que se pasó tres pueblos en sus espontáneas manifestaciones. Sin embargo, la entrañable manada de los primos nos hemos conocido y hemos compartido los primeros juegos socializadores a la sombra de los abuelos. Su mirada se entretenía viendo los saltos y brincos de los pequeños con no poca envidia de su artrosis y rigidez física que se convertía en reclamo de tranquilidad cuando le molestábamos más de la cuenta.

"Deja ya al abuelo", "ayuda al abuelo", "llévale esto o tráele aquello al abuelo"... ¿Quién no recuerda aquellos mandados de voz maternal? Quien ha visto la mirada agradecida de un abuelo ha visto el esplendor de un tesoro. Y, a mi juicio, aún sabiendo que la Biblia dice de Dios que es Padre, no vendría mal aplicarle la grandeza, sería y tierna, de un abuelo. 

Doy gracias a Dios por la mirada de los abuelos.

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