
Porque en este momento de crisis social en el que estamos, todo no es la prima de riesgo o los puntos de Ibex 35; la situación vital va más allá de los valores macroeconómicos y de las idas y venidas del las decisiones del BCE o de los comentarios del FMI. Hay personas concretas, con nombre y apellido, que tienen hijos e hipotecas imposibles de abordar, hay quebrantos concretos que afectan a personas concretas, que ha hecho que se tripliquen las demandas de alimentos en los proyectos sociales. Hay hambre entre los nuestros. Y, como en cualquier familia, -así le gustaba decir a mi madre cuando éramos pequeños-, "una madre se quita la comida de la boca para que coman sus hijos".
Esa es una fe que nace del Evangelio. Que tiene a Cristo en el horizonte y que habla de una comunidad de creyentes de altura; una forma de religiosidad que convence y llena, con la que es muy fácil identificarse; esa es una devoción mariana que se identifica con actitudes esenciales de la Virgen, que "se puso en camino y fue a prisa a la montaña" porque había una persona en necesidad; una experiencia que ofrece la traducción hermosa de las parábolas del Maestro y la aplicación potente de las Bienaventuranzas; esa es la mejor forma de alegrarle el corazón a cualquier madre, -a la Madre por supuesto- que no le importa quitar de su comida para que no les falte a sus pequeños; una Madre que cambia flores por lentejas con gozo.
Pero, ¿sólo en agosto? ¿Sólo alimentos? No es poco lo hecho, pero no cedamos al cansancio y mantengamos, como actitud permanente, las palabras de María: "Haced lo que Él os diga". Ella lo sabía bien: lo que Él nos dice es fuente de felicidad, de salvación, de bien común, de progreso social, de crecimiento personal; no quita nada de cuanto hace grande al ser humano. Es fuente de sentido. Pero, como las lentejas, la opción es libre: el que lo quiere lo toma y el que no, pues qué se le va a hacer, lo deja.
@juanpedrorivero
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