«MANUEL SEGURA, SJ.: LA EDUCACIÓN DESDE DENTRO»


Hay educadores que no se conforman con enseñar asignaturas: quieren ayudar a aprender a vivir. Entre ellos, la figura de Manuel Segura Morales, S.J. ocupa un lugar singular. Jesuita, psicólogo y pedagogo, dedicó su larga vida a una intuición sencilla y revolucionaria a la vez: si no educamos la interioridad y la convivencia, la escuela se queda a medias. Sus programas y libros nacen precisamente de ahí, de una pregunta insistente: ¿cómo ayudar a niños y jóvenes a ser personas por dentro y a relacionarse mejor por fuera? Formado en la tradición ignaciana y en la psicología científica, Segura supo unir dos lenguajes que pocas veces dialogan bien: el de la fe y el de la evidencia psicológica. No hablaba de educación en abstracto: escuchó durante décadas las dificultades reales de sus alumnos, las tensiones en las aulas, los conflictos en las familias. De ese contacto cotidiano con la fragilidad y la grandeza humana surgió una pedagogía que no se queda en el contenido académico, sino que entra de lleno en la vida emocional, moral y relacional de las personas. 

Mucho antes de que la “educación emocional” se pusiera de moda, Manuel Segura ya diseñaba materiales para enseñar a identificar, expresar y regular las emociones. Libros como Enseñar a convivir no es tan difícil o Ser persona y relacionarse proponen algo muy concreto: entrenar habilidades sociales, aprender a escuchar, a resolver conflictos, a ponerse en el lugar del otro. Lo que hoy llamamos competencias socioemocionales, él lo trabajaba cuando casi nadie usaba esas palabras, con una mezcla de realismo, humor y profundidad que los docentes agradecieron enseguida. Pero su propuesta va más allá de la técnica. En el fondo, Segura está convencido de que la educación es una tarea de interioridad. Sin un mínimo de silencio, de reflexión, de autoconocimiento, no hay verdadera madurez. Sus programas incluyen siempre un momento para parar, mirar dentro, revisar lo que uno siente y piensa. No es un añadido “piadoso”, sino un paso pedagógico imprescindible: solo quien se entiende un poco a sí mismo puede convivir mejor con los demás. La interioridad, aquí, no es evasión, sino raíz. 

Otro de los núcleos de su pensamiento es el discernimiento, tan propio de la espiritualidad ignaciana. En su programa Decide tú, la educación se organiza alrededor de la toma de decisiones. El alumno no recibe simplemente normas: aprende a analizar situaciones, valorar consecuencias, escuchar sus emociones, contrastar valores y, al final, elegir. Es una ética muy diferente a la del “haz esto porque lo digo yo”: aquí se trata de formar conciencias libres y responsables, capaces de responder de sus actos ante los otros y ante sí mismos. Segura también nos recuerda que la convivencia no se improvisa. No basta con colgar un reglamento en el pasillo o repetir que “hay que respetarse”. La convivencia se enseña, se entrena, se practica. Por eso defendió siempre una visión preventiva frente a la violencia y el fracaso escolar: si acostumbramos a los niños y jóvenes a dialogar, a ponerse límites con respeto, a gestionar la rabia y la frustración, evitaremos muchos conflictos antes de que estallen. En lugar de educar a golpe de sanción, propone educar desde la construcción diaria de un clima de respeto y confianza. 

Ese es, quizá, el mejor resumen de su legado: la educación como acto de interioridad que se hace convivencia. Una pedagogía que empieza en lo más hondo de cada alumno y termina transformando la manera en que compartimos la vida.

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