«VOLVER A EMOCIONARSE»


No quisiera acostumbrarme a la emoción que, encuentro tras encuentro, aparece en la mirada de las parejas que comienzan una formación prematrimonial en la parroquia. Algunas llevan más de quince años de convivencia, y vuelven a emocionarse al hablar de aquellos momentos iniciales y de lo que sigue significando la otra persona en su vida. Siempre ocurre así, y no quisiera acostumbrarme a ver esas lágrimas como corrientes, como evidentes. Son una señal potente de la naturaleza humana hecha para amar y ser amada de tal manera que, si no hay amor, solo hay cascotes sueltos de un evento olvidado. Es evidente que estamos hechos para el amor. Y esa experiencia hace grande el corazón y emociona nuestras manifestaciones externas. Es bueno volver a emocionarse. 

Si después de treinta o de cuarenta años, pronunciando su nombre en público, te emocionas, es que estás hecho para esa persona. No ha sido solo una elección personal; el amor te ha elegido a ti y has descubierto que nada tiene sentido al margen de esta verdad. No todo ha sido fácil ni lo será. Ha habido ruidos y heridas. Pero cuando se dice cotidianamente perdón, por favor y gracias, los pálpitos del amor nunca desaparecen. Es así. Si se enfría es porque, o no se cuidó lo suficiente o no se corrigieron las dificultades. Y hay ayuda para ello si queremos seguir habitando la alegría y la emoción aunque pasen los años. 

Es una pena que en nuestro ámbito cultural no se le dé suficiente importancia a los centros de apoyo y orientación matrimonial y familiar. Nos pasa como con la salud: vamos al médico cuando la enfermedad es ya incapacitante. Lo mismo que para ejercer una profesión hay que estudiar y adquirir experiencia y, en no pocas ocasiones, suspender algún examen, para habitar el gozo de una relación matrimonial no basta la buena voluntad de las partes: hace falta cuidar el proceso y aprender de camino. 

No estamos solos en este proyecto. Es un proyecto de dos, pero ha de ser cuidado como un proyecto social. El matrimonio tiene, sin duda, relevancia social. Una sociedad de parejas rotas tiene una fisonomía distinta a una sociedad de parejas capaces de emocionarse hablando de la otra persona. ¿A qué se dedican las concejalías de familia de nuestros ayuntamientos? Contribuir a la felicidad de los matrimonios posee unas consecuencias sociales incalculables. 

Por eso, no se trata solo de conmovernos al ver esas lágrimas, sino de comprometernos con lo que significan: la belleza de una vida compartida, la necesidad de cuidarla, y la urgencia de crear entornos -personales, eclesiales y sociales- que sostengan el amor en su fragilidad y en su grandeza. Volver a emocionarse no es un signo de debilidad, sino de verdad. Y educar el corazón para esa emoción es una tarea permanente, una vocación compartida, un acto de fe en que el amor, bien cuidado, puede ser duradero, fecundo y profundamente humano. 

No quisiera acostumbrarme a la emoción que, encuentro tras encuentro, aparece en la mirada de las parejas que comienzan una formación prematrimonial en la parroquia.

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