«SE HA TIRADO A LA PISCINA»


Así lo dijo un amigo suyo cuando se enteró de que había sido designado sucesor de Pedro. “Tomada la decisión, irá hasta el final”. Tirarse a la piscina es un acto de transformación y cambio, del control sobre nuestras extremidades a la sensación de que flotamos en otro ámbito distinto que no terminamos de controlar del todo. No es nuestro medio natural, pero es posible nadar y asumir esa otra realidad de manera creativa. Es un buen ejemplo ahora que contemplamos como un misionero en Perú asume la misión de presidir la Iglesia de Roma, vínculo de comunión y unidad de las Iglesias católicas. Un cambio a una realidad que para nadie resulta natural, pero que puede ser asumida desde la creatividad creyente del que sabe que obedecer es asumir la realidad de manera verdadera. 

El miedo a la novedad o el miedo a la dificultad son normales. No los buscamos, sino que los asumimos; porque la realidad siempre es nueva y siempre difícil. La capacidad de manejar esta complejidad es posible. Para ser primero, y hacerlo bien, hace falta mayor humildad que para estar al final de la fila. Y solo quien ha sabido obedecer será capaz de gobernar. Solo quien ha experimentado que un amor absoluto te lleva y arrastra, será capaz de invitar a otros a nadar en aguas turbulentas en la barca de la fraternidad sinodal. Y él se ha tirado a la piscina. 

La primera impresión, el cambio de temperatura y de envoltorio genera un tiempo de adaptación, pero, una vez en la piscina, ya solo resta la vida ordinaria de bracear disfrutando de la nueva situación. Y digo disfrutar consciente de que la alegría es el apellido de la vida cristiana. La vivencia de la alegría del Evangelio, por usar expresiones de su antecesor, es la forma sana del seguimiento de Jesús y de la vida evangélica. San Agustín, su modelo espiritual, invitaba al seguimiento de Jesús de manera “grave y alegre”, porque lo cortés no quita lo valiente, y triste santo será un santo triste… El asombro despierta la creatividad y, esta, produce paz y alegría. Donde hay guerra y tristezas, en el fondo, lo que hay es incapacidad de asombro. 

Siento que nuestra diócesis está de enhorabuena por su doble presidencia: porque estrenamos un pastor propio y un pastor universal nacidos de una obediencia amorosa, de un sueño trascendente inusitado y con una esperanza que genera en toda persona que lo contempla un asombro extraordinario. 

No tengamos miedo a los cambios que vienen para ayudarnos a mejorar. Lo estático no es real, la fijo no dura mucho. El dinamismo es la marca de nuestra naturaleza. Y quien ha soñado lo tangible nos ha revelado intangiblemente que lo nuevo y lo que está por llegar es siempre lo mejor. Por eso estamos anclados en la esperanza que no defrauda: la que nos garantiza que el mal no tiene futuro y que la vida es la que triunfa. 

Porque tirarse a la piscina no es solo lanzarse al agua, sino abrazar lo desconocido con la certeza de que alguien nos sostiene. Es obedecer desde el amor, creer desde el asombro, y caminar -o nadar- desde la esperanza. No se trata de tenerlo todo claro, sino de confiar en que el Espíritu sopla donde quiere y lleva la barca a buen puerto. Por eso, cuando uno se lanza, lo hace sabiendo que no se pertenece, que su vida es don y misión, y que, aun en medio de la turbiedad, hay una luz que guía y una alegría que empuja. Ya no hay vuelta atrás: solo queda avanzar con la fe del que se sabe enviado.

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