«LA MIRADA DOCENTE»


Estar atento a las maravillas intelectuales que se hacen presente en las escuelas detrás de una aparente normalidad es una tarea de contemplación. Y son los maestros y las maestras los llamados a contemplar de esta manera. Los docentes tienen la posibilidad de ser estímulos significativos de aquellos niños y niñas que son capaces de una curiosidad extraordinaria y que, si encuentran un atento docente que sepa estimularlo, ¿quién sabe hasta dónde puede llegar esa capacidad? Así me comentaba un docente de didáctica de las ciencias experimentales que tuvo la ocasión de escuchar a un alumno de 5º de Primaria una reflexión propia de un nivel de 3º Secundaria. La capacidad de observación y estímulo no se suele incorporar al currículo docente universitario y, sin embargo, si en el centro del proceso de aprendizaje está el alumnado y si es cierto lo de la atención a la diversidad, o somos contemplativos o no somos.

La carta de Albert Camus a su maestro de Primaria, Don Germain, el día que recibió el Premio Nobel de Literatura es paradigmática: “(…) Sin usted, la mano afectuosa que tendió al pobre niñito que era yo, sin su enseñanza y ejemplo, no hubiese sucedido nada de esto. (…)”. ¿Quién es capaz de calcular lo que un docente atento es capaz de facilitar? Precisamente por esto es por lo que la docencia es una profesión vocacional. No se trata de una mera forma de vida, sino de un servicio social de desarrollo integral de las personas a las que servimos. En esa mirada docente se encierran posibilidades insospechadas. El objetivo ha de ser que “(…) el discípulo sea más que su maestro” (Mt 10, 24), y hasta que eso no sea logrado, la tarea no estará concluida.

La humilde mirada del docente que se alegra de los avances de los suyos. El afecto que mueve su labor y la fuerza creativa de buscar medios, siempre nuevos y adaptados a la realidad concreta de ellos, que hace que el milagro de la educación integral sea posible. No tenemos derecho a enseñar a quienes no seamos capaces de amar de verdad y atender con la profundidad que la dignidad humana merece. Esta frase me la he repetido infinidad de veces: no tengo derecho a enseñar a quienes no soy capaz de amar. Y solo el amor es capaz de mirar con ese espíritu contemplativo que descubre la grandeza que se encierra detrás de un rostro que aprende. Podemos pasarnos la vida docente como perro en viña vendimiada, como quienes corren para terminar el horario lectivo y alcanzar el gozo y la alegría en otros espacios existenciales. Ayudar a otras personas a crecer y alcanzar el máximo de lo posible es un privilegio tan grande que debemos estar agradecidos de poder realizarlo y que, además, nos paguen por eso.

De los ojos de los docentes debe desaparecer, como si de hierba mala fuese, la mirada altiva y de juicio precipitado, de desesperanza pesimista y de individualista comodidad. Porque si no miramos bien, no descubriremos lo que cada persona encierra como don a descubrir. Mirar es la principal tarea del docente. Aprender a mirar bien el bien que se esconde en ellos.

Permite que tu mirada sea el faro que ilumina caminos, descubriendo en cada rostro el universo de posibilidades. Porque solo en ese amoroso contemplar reside el verdadero milagro de educar. Que esa mirada docente, inspirada por el amor y la fe en el otro, sea siempre el inicio y el fin de nuestra inmensa labor.

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