Cada encuentro con otra persona nos hace diferentes. Tal es así que la suma de nuestros encuentros personales configura la complejidad de lo que somos. Porque nadie es química, psíquica o culturalmente puro. Hay una fluidez sumativa en todos los encuentros. De ellos salimos distintos. Algunos lo llaman empatía, como esa capacidad que nos sitúa en el lugar de otro haciéndonos cargo de su situación, pero eso es incompleto para describir la experiencia que resulta de todo encuentro. Los hay en el que vencemos en algo y muchos otros en los que perdemos algo: la razón, la oportunidad, la seguridad, etc. Pero, incluso de esos encuentros de desgaste salidos ricamente modificados. La misma realidad en la que estamos nos hace expandir nuestra propia realidad a dimensiones nuevas. Siempre será bueno el encuentro con lo otro.
En estas Islas Canarias sabemos mucho de encuentros. Nuestra cultura es fruto de muchísimos encuentros, algunos conflictivos, pero la mayoría generadores de nuevas realidades conjuntas. Un crisol de culturas nos hacen ser culturalmente nosotros mismos. Y de todos esos encuentros, consecuencia de conquistas, emigraciones, inmigraciones, turismos y demás, hemos resultado ser socialmente lo que somos. El fruto multicultural y pluricultural de lo que somos. Tomar consciencia de esta riqueza lo debe hacer cada generación de canarios. No vale que nos lo cuenten. Porque, a veces, solo se cuentan aquellos desencuentros, y se olvidan los frutos nobles que surgen de todo encuentro con lo otro.
No ando ahora diciendo que no exista esa peculiaridad concreta que nos hace ser propios y distintos, y que también es riqueza. Digo que esa peculiar realidad se ha configurado con todos aquellos encuentros sociales e históricos que han afectado a la dimensión cultural de nuestras personas. Porque si para garantizar mi identidad he de entrar en conflicto con otros, esa identidad no es adecuadamente humana. Porque este tipo de conflictos surge de una mala memoria o, al menos, de una memoria herida. Porque, y me repito, incluso de esos encuentros de desgaste salidos ricamente modificados.
No debemos temer ni las diferencias que nos enriquecen ni las similitudes que nos vinculan. Somos esa suma de realidad compleja que da de sí más realidad. Y como la historia solo anda en una dirección evolutiva, y la retrospectiva solo sirve para conocer de dónde venimos, mantener viejos conflictos solo los actualiza distanciándonos de encuentros enriquecedores. No vale la pena imaginar viejas identidades que ya no existen olvidando el presente concreto que nos envuelve con su complejidad.
Internacionalización se afirma ahora como valor añadido, tal vez los mismos que critican la globalización, que es una forma de experimentar las consecuencias de una mirada internacional de aspectos fundamentales de la vida social. El todo y la parte, siempre en juego. Y en esta polaridad, y si tuviéramos inevitablemente de ponerlos en una escala de valores imaginaria, el todo siempre es más que la parte.
El todo es fruto de muchos encuentros.
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