Pero hay otras brechas. No por falta de medios para acceder a la técnica, sino por otras circunstancias derivadas de la edad o de la falta de destreza. Y no me refiero solo a los ámbitos docentes o educativos, sino a la vida ordinaria. Esta mañana me comentaba una señora que fue a realizar una transferencia desde su entidad bancaria para abonar una factura pendiente de pago. Como no tenía acceso a su cuenta desde su casa, acudió a su entidad. Una joven sonriente le indicó que debía hacer esa gestión desde el cajero electrónico que, para dicha señora, es hasta más complicado que un teclado de ordenador. Le pidió, con la educación de sus setenta y largos años, si la podía ayudar y, la hermosa bancaria le espetó entre pecho y espalda, con no poca ironía pedagógica: «Tenemos que ir aprendiendo, señora».
Esta brecha digital se viene dando. Más de una vez surge en las conversaciones en casa como eco frustrante de quienes han sostenido la vida social con su trabajo y que ahora, al ir a cobrar su pensión, reciben el reproche de incompetencia o de simpleza. Creo que esta situación hay que atenderla de otra manera. No solo con mayor educación, sino con medios oportunos a la medida de la necesidad.
La digitalización de la sociedad es inevitable. El analfabetismo puede considerarse extensivo hasta el uso funcional de estos recursos tecnológicos. Pero forzar esta situación a través de la vía de la ironía humillante no nos conduce a bien común alguno. ¿Ya no van existir personas que gestionen nuestras demandas o necesidades? Si te quieres poner en contacto con tu compañía telefónica, un ordenador responde; incluso en la gestión de la administración pública, en algún sector ya se exige el camino tecnológico como inevitable.
La máquina te recibe, te da la bienvenida y te facilita las gestiones. Y entiendo a esas personas mayores que sienten que deben adentrarse en una jungla en la que algunas de sus limitaciones les impiden avanzar.
De pequeño me enseñaron que el asiento en la guagua hay que cedérselo a las personas mayores. Me enseñaron que había que ayudarles si tenían dificultades al cruzar una calle o porque se le caía algo al suelo y resultara difícil recogerlo. Habrá que introducir en el listado de deberes de buena educación, ayudar tecnológicamente a las personas mayores, teniendo paciencia con ellas en el cajero, ayudándoles a que su presbicia pueda encontrar dónde está el código QR en la factura, a mostrarle dónde está la pantalla lectora y en qué lugar se coloca el dinero en efectivo para hacer el ingreso.
La era será digital; pero no debemos dejar de ser respetuosos y educados.
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