Cada año, la campaña de la Iglesia con el lema X tantos recuerda que marcar una simple casilla en la declaración de la renta puede convertirse en un gesto de corresponsabilidad y apoyo al bien común. Pero este año, la Conferencia Episcopal Española ha querido ir más allá. Su lema —«Tú también puedes ser santo»— no habla de dinero ni de estadísticas, sino de destino y sentido: nos recuerda que la santidad no es un privilegio reservado, sino una vocación cotidiana que todos podemos vivir.
A menudo se valora a la Iglesia por su labor social: por los comedores, las Cáritas, los centros de mayores o los proyectos de cooperación. O se la admira por ser custodio de un inmenso patrimonio artístico y cultural que forma parte de la identidad de nuestros pueblos. Todo eso es verdadero, y ciertamente valioso. Pero si solo viéramos eso, nos quedaríamos en la superficie. Porque en el fondo, la Iglesia no existe solo para ayudar ni para conservar, sino para proponer un modo de vida que hace a las personas más plenas y a las sociedades más humanas.
Esa propuesta nace del Evangelio, y tiene un nombre sencillo y exigente: la santidad. No una santidad lejana o extraña, sino la que se encarna en la vida de tantos hombres y mujeres que viven con fe, con esperanza y con amor en medio del mundo. Ser santo no es otra cosa que dejar que la bondad de Dios transforme nuestro modo de mirar, de trabajar, de convivir. Es permitir que el bien tenga la última palabra en cada elección, incluso en las más pequeñas.
El lema de este año no invita a admirar santos de mármol, sino a descubrir la santidad de carne y hueso: la de los padres que educan con ternura, los médicos que curan con respeto, los jóvenes que sueñan con un mundo mejor, los ancianos que rezan en silencio por los suyos. Esa santidad cotidiana es la que sostiene a la Iglesia y la que da sentido a su presencia social. Porque solo quien se deja transformar por el Evangelio es capaz de transformar el mundo.
Cuando la Iglesia invita a marcar la X en la declaración, no está pidiendo un favor: está ofreciendo una oportunidad de participar en algo más grande, en una red inmensa de bien que toca vidas concretas. Pero este año recuerda, con humildad y firmeza, que su misión no se mide en ayudas repartidas, sino en corazones encendidos. Que su mayor aportación no es económica ni cultural, sino espiritual: ayudar a cada persona a descubrir que la felicidad y la santidad no están reñidas.
La campaña X tantos de este año tiene, por eso, un mensaje luminoso: la santidad es posible, cercana y alegre. No es una carga, sino una promesa. No es un ideal abstracto, sino una experiencia viva que florece cuando el Evangelio se toma en serio. Y esa experiencia, cuando se multiplica en tantos, construye una sociedad más justa, más compasiva y más libre.
Quizá por eso, este año marcar la X adquiere un nuevo sentido: no solo es apoyar a la Iglesia, sino afirmar una manera de creer en el ser humano. Porque la santidad no aleja del mundo: lo ennoblece. Y una sociedad con santos —anónimos o visibles, jóvenes o ancianos— será siempre una sociedad más digna, más sana, más esperanzada.

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