Hace unos días, algún medio local calificaba el nombre de la Calle Heraclio Sánchez como vestigio del franquismo. No pretendo polemizar con quien lo haya escrito -la revisión de los callejeros es legítima-, pero sí defender la verdad histórica y la memoria justa. Porque reducir el nombre de Don Heraclio Sánchez a un resto del régimen es, sencillamente, una injusticia cultural. Aquel sacerdote, canónigo magistral de La Laguna y profesor de Derecho Canónico en la Universidad, murió en 1946, cuando el régimen recién comenzaba a consolidarse. No fue político, ni propagandista, ni figura de poder; fue un intelectual y pastor, un hombre de pensamiento y palabra, profundamente vinculado a la vida académica y espiritual de la ciudad.
Heraclio Sánchez Rodríguez nació en Tejeda en 1887 y se ordenó sacerdote en 1910. Fue doctor en Derecho Canónico y enseñó en la entonces joven Universidad de La Laguna, donde se ganó el respeto de alumnos y colegas por su inteligencia serena y su capacidad pedagógica. En 1920 ya ejercía como canónigo magistral de la Catedral lagunera, donde su oratoria y su profundidad teológica marcaron a generaciones. Quienes le conocieron lo describen como un hombre cercano, elocuente y culto, comprometido con la formación del pueblo y la promoción del bien común. Su voz resonó tanto en el púlpito como en el aula, y su ejemplo fue el de un clérigo ilustrado que entendía la fe como una forma de cultura y servicio.
Cuando falleció, La Laguna sintió que perdía a uno de sus hijos adoptivos más ilustres. Un año después, en 1947, se publicó el libro Homenaje a Don Heraclio Sánchez, editado por sus discípulos y amigos: páginas de gratitud, no de ideología. Fue entonces cuando el Ayuntamiento decidió dedicarle una calle, la misma que hoy es eje vital de la ciudad universitaria. Ningún texto de época ni acta municipal sugiere motivación política alguna; sí, en cambio, reconocimiento académico, eclesial y ciudadano. Su nombre no conmemora un régimen, sino una vida dedicada al saber, la palabra y la fe.
Por eso, cuando alguien asocia la Calle Heraclio Sánchez con el franquismo, yerra doblemente: por desconocer la historia y por empobrecer la memoria. La Laguna, ciudad universitaria y patrimonial, sabe honrar a quienes le dieron forma intelectual y moral. Heraclio Sánchez pertenece a esa genealogía de maestros y humanistas que tejieron el espíritu de la ciudad. Su nombre, grabado en la calle por donde transitan estudiantes y profesores, es una lección silenciosa de respeto, cultura y compromiso. Y esa lección merece —hoy más que nunca— un respeto con Don Heraclio Sánchez.

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